09 abril 2013

Una noche feliz

Salí de ver «Quartet» en Centro Plaza reconciliado con la vida. Es paradójico que un filme de protagonistas ancianos provoque eso. También el clima estaba delicioso. Mientras caminaba hacia el Celarg, pensé en ello. En cuánto extrañé este eterno verano, y el miedo que me da perderlo.

El Celarg cada vez me entusiasma menos. Hace un año quitaron la función de las 7 de la noche, y la librería (o lo que queda de ella) cierra a las 5. Entré a la Sala Experimental pero no entendí ninguna pintura. En el Celarg 3 presentaban «Ratcatcher». La sinopsis comenzaba con: «Ryan, un niño de 12 años, se ahoga durante una pelea con su vecino James...», y no seguí leyendo. Si ya venía reconciliado con la vida, ¿para qué amargarme con ficción? Más bien la ficción es lo que debe salvarnos.

Bajé por la Luis Roche hacia ningún lado. A un costado del Celarg, donde estaba La Tienda del Cine, noté que construían un bar. Sería lo máximo que lo terminaran. Compensaría el cierre de cafés como Tawa, Come a Casa y St. Honoré, aunque aún duele la desaparición de La Tienda del Cine; en otrora, el templo del séptimo arte en Caracas. La original estaba en el Teresa Carreño, pero la reemplazaron por un negocio de artesanía.

Mientras caminaba, a un lado una pareja hablaba y reía. Comunicarme y reír al mismo sólo puedo hacerlo borracho, a menos que me pase de copas, y se me trabe la lengua.

Llegué a la Librería Lugar Común, en la esquina de la Avenida Del Ávila y la Francisco de Miranda. Fue inaugurada hace varios meses, pero nunca quise entrar porque, al asomarme, veía adentro a escritores «reconocidos». Me da miedo unirme algún día a ese club, y ser como un candidato a la presidencia, que debe favores a todo el mundo.

Un viejo gordo y calvo entró a la librería. Buscaba un libro imposible y se autodenominó erudito. La librería es un lugar exquisito. Parece la casa de muñecas de un escritor. Tiene muebles y una gran ventana donde se ve todo desde afuera. Traen con frecuencia libros de Argentina y México, y los venden a precios astronómicos. Aún así, se agradece. Elegí libros de Juan Villoro, Antonio Tabucchi, César Aria y «Abril Rojo», de Santiago Roncagliolo, de quien había leído textos por Internet. Del resto, sólo referencias.

El chico de la caja fue muy amable. Cuando me preguntó la dirección, y le dije: «Campo Rico», me preguntó dónde quedaba eso. Nadie sabe donde queda Campo Rico. Es un lugar sin historia. Cuando me mudé para acá, quise volverme el cronista del lugar, pero sólo escuché tiros. Campo Rico no es un campo, sino un cerro lleno de casas sin friso y tanques azules que no pagan agua. Esa es la mejor crónica que puedo dar.

Compré cinco libros y gasté mil bolívares. Una barbaridad, pero no me arrepiento. Nada pudo arruinar una noche feliz.

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