21 julio 2013

Me casé con una Zelda Fitzgerald

Él no supo en qué momento ella se convirtió en una Zelda Fitzgerald psicótica. Debió suponerlo cuando le botó la contraseña de su blog, que él tanto celaba. Nuestro héroe soñaba con ser escritor, y se esmeraba no sólo «puliendo» sus textos, sino también revisando diseños web que facilitaran la lectura, y técnicas recomendadas por especialistas para atraer más seguidores.
Luego ella se convirtió en una vegetariana ortodoxa. Le mostró videos donde degollaban gallinas, y le prohibió las papitas fritas de bolsas congeladas, por ser «colesterol manufacturado». Él pensó que sería difícil sobrevivir sin el pollo agridulce y las costillas de cerdo de su restaurante chino favorito, pero en la siguiente visita al local sólo pudo comer Chop Suey, un terrible cóctel de vegetales de segunda mano que siempre aborreció.
Me explico: nuestro héroe no era un esposo abnegado y sufrido, sino un pseudo-escritor que trababa de no perder su matrimonio. Ellos se habían casado en el registro civil, sin cursos pre-matrimoniales ni fiesta de costosa preparación, lo que él calificó orgullosamente como una boda «desenrollada» y «bohemia». Pero cinco años después, cuando ella le preguntó:
¿Sabes que en los cursos pre-matrimoniales los novios acuerdan en dónde vivirán, y si tendrán hijos?
él tampoco capturó el argumento oculto. Quizás, porque nuestro héroe aún procesaba el atraco sufrido noches atrás, cuando un par de ladrones le pidieron el celular, y él no quiso recibir un par puñaladas. Sin embargo, no le pareció tan malo haber sufrido el atraco. Su esposa le había armado varios líos por culpa del celular, el cual sentía la estaba «desplazando».
Nuestro héroe pensó que tal vez las cosas serían distintas en otro país. Sin duda, no había leído «La insoportable levedad del ser».
Pero sin blog, carne roja ni celular, pensó que podían ser felices. Él sería todo para ella, y todo sería como el principio. Hasta que un día despertó de una siesta, y ella estaba frente a él, cuchillo en mano, engalanada con un vestido boda, y le dijo con tono amenazante, casi demoníaco:
Dame el sí de una buena vez, maldito
Y esta vez él prefirió recibir el par de puñaladas.