22 mayo 2014

35 semanas

Tu mamá tiene los pies como Pedro Picapiedra, y su barriga le pesa tanto que le cuesta dormir: ronca, le duele cuando se voltea y se levanta a cada rato para ir a orinar. Evidentemente, esta situación dificulta la intimidad, y por eso tu papá tiene un verano bestial.

Pero esas no son las únicas preocupaciones. Entre 2006 y 2013 se repartieron más de 180 millones de bombillos ahorradores que contenían mercurio. Considerando que en el país no hay vertederos para residuos peligrosos, al dañarse, gran parte de estos bombillos fueron a vertederos comunes. Saca la cunta: sólo un bombillo ahorrador puede contaminar hasta 35.000 litros de agua; es decir, te estamos dejando un país súper contaminado por dárnosla de ecológicos.

También heredas un país improductivo. Hace dos años Avon consideró cerrar su planta por las dificultades de obtener divisas. Ellos producen aquí polvos pero las cajitas de los cosméticos las traen de Brasil. O las traían. O las traen como pueden. Su cadena de suministro se vio frenada porque se alteró un eslabón, y 2500 empleados están la cuerda floja. Mientras tanto, sindicatos armados secuestran a trabajadores de Efe, la regulación de precios desaparece al agua mineral, y empresas de electrodomésticos nacionales no pueden testear sus productos porque no hay laboratorios públicos ni privados en el país.

¿Cómo verás estos días cuando tengas 20 años? Ojalá el rencor a ciertos países y clases sociales no te haga indulgente y susceptible a líderes populistas, o peor aún, a los militares. Yo quiero que seas crítica y no tengas miedo de ser criticada, que no pienses si eres de derecha o izquierda porque definirse de algo parece ser inútil si vas a contradecirte, a darte golpes en el pecho, a sentirte culpable por algo que no eres. Yo quiero que seas libre y trates de no atarte a ningún dogma, que no escuches halagos ni proyectos de vida, porque quizás seas muy inteligente o inteligente promedio o rolo de bruta y eso no importa, porque prefiero que seas una mujer fuerte ante los tonos complacientes que cargar con una mochila de complejos y gente que no encuentra el valor de mirar más allá de sus narices.

Tu mamá está acostada en la cama, ya llegó del postgrado, son las 11:14 p.m. y yo tengo mucho sueño. Y te pido disculpas por si cuando tengas 20 años las cosas están peor en este país de retórica absurda, donde es más fácil culpar al enemigo que producir, o por lo menos sacar damnificados que tienen tres años y medio en un refugio.

No sé qué decirte más que la verdad.

04 mayo 2014

Iba a moler maíz y mira lo que me pasó




Era diciembre y hacía frío como si la ropa estuviera mojada y el ventilador encendido. Me levanté temblando, y aproveché para ir a moler el maíz en el pilón de Claudio, ¿te acuerdas de Claudio?, el viejito que tenía un molino a varias cuadras de aquí. Así Coromoto no me fastidiaba en la mañana con la cuestión de las hallacas, el maíz y esas tonterías de la Navidad.

Agarré la pila de maíz, unas cholas y me fui así como estaba, porque tú sabes que yo duermo con la camisa abierta y pantalón. Pero cuando llegué al molino estaba trancado, quizás porque el vagoneta de Claudio dormía bajo grandes frazadas que le daban calor, mientras yo pasaba el frío hereje allí en la calle.

Aquella madrugada se podía ver las constelaciones con claridad. Había muchísimas estrellas porque el cielo estaba despejado, y por eso hacía más frío, porque mientras más despejado está el cielo, más fresco se pone el clima, ¿cierto o falso? Me quedé entonces pasmado viendo las estrellas, como cuando subía a la platabanda con el telescopio y amanecía dormido en la silla. Pero esta vez yo no tenía cobija, y los siete cabritos titilaban como mis piernas a punto de congelarse.

¡Clank!

Escuché un ruido a lo lejos y levanté la cabeza. Al principio pensé que era Claudio pero no: se trataba de una vieja de aspecto tenebroso. Estaba al final de la calle, tenía el pelo claro y una bata blanca que se movía con la brisa helada. Se notaba que la mujer en verdad no tenía frío, como si la bata fuera una piel de oso polar delgada como la seda, y tuviera algún campo magnético que ahuyentara el viento glaciar. La brisa le movía la bata y el condenado atuendo se iluminaba por sí solo, como si las estrellas le proyectaran auroras boreales con un reflector invisible. Pero tú sabes más que nadie que nada brilla con las estrellas, ni siquiera los ojos cuando uno está enamorado, y por eso me empecé a asustar. Pensé que se trataba de la Sayona.

Me puse nervioso y traté de acurrucarme más de lo que estaba, para tratar de parecer un bulto o cualquier cosa que no se notara entre la oscuridad de la madrugada. Pero la vieja me vio y comenzó a acercarse sin prisa alguna, con esa actitud que tienen los espantos para que te cagues, para que te dé tiempo de arrepentirte de todas las cosas malas que has hecho en tu vida. Pero yo no hacía nada malo, en verdad, más bien la gente solía joderme. ¿No estaba allí en la madrugada solo, haciéndole un favor a Coromoto por puro gusto, pasando frío como si estuviera en Plutón?

La vieja seguía acercándose con lentitud de cometa que se dirige a la Tierra, con el aliento fosforescente de gases tóxicos, los dientes como llamas que penetran en la atmósfera y queman el oxígeno. Brillaban sus ojos que no tenían color, sus pómulos y cachetes huesudos, los brazos albinos que colisionaban en las ciudades terrestres como pisadas en la arena. Yo estaba por orinarme del miedo, casi sentía su mano recorriendo mi cara desde la frente hasta mi cachete derecho, sus uñas felinas que se enterraban en mi cuello sin ella inmutarse, sin darme una risa maliciosa, sin una frase de película de terror barata. Sólo su mano en mi cuello y luego humo, asfixia, nada.

Bajé la cabeza. Me vi en El Carabobeño en la última página: “La Sayona cobró otra víctima”, y a toda mi familia llorando en el velorio. Y mi familia lloraba, y otra gente que nunca vi en mi vida se asomaba a la urna y daba el pésame, se tomaba el chocolate caliente y daba el pésame, contaba chistes y daba el maldito pésame. Y mi madre, mi pobre madre gritaba «yo lo quería, yo lo quería, él sólo fue a moler el maíz, pobrecito», mientras otro tipo que nunca vi en mi vida comentaba que yo era pobre pendejo por tenerle miedo a un espanto. Coromoto me veía entonces en la urna y lloraba a montones porque quise hacerle un favor con el maíz y al final ni siquiera se iban a hacer las hallacas, porque cómo se iban a hacer hallacas con muerto, novenario, misa y todo eso. Subí la cabeza. La Sayona estaba frente a mí, con su cara horrible, alzando la mano para matarme y yo, pobrecito, sangre, horror, El Carabobeño, velorio, pendejo...

― ¡Ayyyyyy!―grité largo, como si el cometa impactara al fin y la morfina cósmica me absolviera toda agonía humana.

Petra Verano, con su saco de maíz, pelo y bata blanca, me tomó la mano con ternura de estrella y preguntó:

― ¿Lo asusté, mijo?