28 marzo 2012

mal aspecto

imagínate al coyote cuando le explota un paquete de dinamita en la cara: los pelos esfloreteados, los ojos desorbitados, y esa expresión desgraciada y degenerativa. así de fea era «mal aspecto», la perra de nuestra familia, quien solía quedar preñada sin explicación, porque ella nunca salía de casa.

incluso yo, que crecí viendo en la enciclopedia británica fotos de bombas atómicas lanzadas sobre el pacífico, nunca lo supuse. todas las noches mi padre llegaba tarde del trabajo, y traía una national geographic que yo devoraba. luego, salía al patio con el telescopio de mi difunto abuelo, y regresaba aún más tarde, cuando yo estaba dormido.

pero una vez no me quedé dormido.

mi padre construyó nuestra casa cuando yo estaba pequeño. le quedó muy bonita: dos habitaciones, dos baños, cocina empotrada, sala-comedor, y un jardín trasero con una puerta que comunicaba con la casa de mi madrina. una noche me dijo

en unos años ésta será tu barraca

y sobó mi cabeza como solía hacer con  «mal aspecto». la revista hablaba sobre la bomba atómica de hiroshima, lanzada por un bombardero llamado enola gay el 6 de agosto de 1945. yo estaba seguro de haber escuchado la canción de OMD, el estribillo electrónico de nintendo daba miles de vueltas en mi cabeza. ¿cómo se habrían visto las estrellas aquella noche desde hiroshima? ¿acaso rojas?

salí al patio a preguntarle a mi padre, pero no lo encontré afuera. el telescopio estaba recostado en la pared, y la puerta que daba hacia la casa de mi madrina se encontraba abierta. recordé que mi madre dijo una vez

esa puerta nunca se abre de día

por eso, la cerré y corrí a acostarme.

desde entonces, pienso que «mal aspecto» no es un animal tan feo. cruza las patas cuando está echada en el piso, y levanta la cabeza por encima del cuerpo, soberbia y fina. incluso, la saco a pasear cada vez que puedo.

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