01 marzo 2013

Algo raro pasa en el condado de Sarría

Todos los sábados iba un señor para «Rancho Alegre». «Rancho Alegre» es un pequeño edificio donde viven niños sin padres, adoptados por un matrimonio. Tienen una pequeña cancha de básket y una pequeña biblioteca, que adoraba Timmy, el más chico pero de curiosidad insaciable. En el edificio hay varios cuartos, donde duermen los niños, quienes no superan la docena. Un señor iba todos los sábados y hacía una barbacoa, y los niños comían en un mesón de madera con cestas de pan. Pero, últimamente, se había interesado mucho por «apadrinar» a algunos chicos. «Apadrinar» significa compartir con el chico individualmente, ya sea llevándolo al cine, al parque de diversiones o al zoológico del otro condado. Esto incomodaba mucho a Tía Peg, la madre adoptiva de los chicos.

Un sábado, el señor buscó a Timmy muy temprano, y lo trajo entrada la noche. Durante los días siguientes, Timmy no quiso ir a la biblioteca. Entonces, Tía Peg le preguntó a Timmy qué había hecho con el señor el último sábado, pero Timmy aseguró que sólo habían ido a tomar leche a la taberna de Lucas.

¿Toda un día para tomar leche en la taberna de lucas? Tía Peg no estaba convencida. Por eso, decidió transmitirle su incomodidad al Tío Roger, el padre adoptivo de las criaturas.

Al Tío Roger también le pareció que la actividad había sido muy corta para ocupar toda la jornada. Él no se había dado cuenta de ese acontecimiento, naturalmente, porque estaba en la granja con los chicos mayores tirando el arado. Entonces, Roger decidió telefonear a Lucas, pero Lucas confirmó la versión del pequeño Timmy: el niño y el señor habían pasado todo el sábado tomando leche en la taberna.

¿Pero, entonces, por qué Timmy pasó los días siguientes al sábado sin ir a la biblioteca? Tía Peg insistió a Tío Roger, pero Tío Roger no quiso ahondar más en el asunto. Confiaba mucho en el tabernero Lucas. No tanto en el señor, pero sí en el tabernero Lucas.

Aunque Timmy insistió que el señor era un buen hombre, de divertidas historias y útiles consejos, Tía Peg fue con ellos el sábado siguiente a la taberna. En efecto, no hubo nada raro. El señor era un tipo gracioso, muy culto, que sabía de memoria historias fantásticas como la isla del tesoro, de Stevenson. Además, era respetuoso y amable. Tan amable, que se ofreció a llevar al baño al pequeño Timmy cuando a este le dieron ganas de hacer pipí. Pero después de veinte minutos, timmy regresó con un aspecto demacrado. El señor salió segundos después, subiéndose los pantalones, y comentando en voz muy alta que Timmy había vomitado toda la leche.

Aquella noche el pequeño Timmy lo confesó todo.

A esa misma hora, Tía Peg tomó su caballo y fue a todo galope a la casa del alguacil. Felizmente, las luces de la casa aún estaban encendidas. Tía Peg golpeó fuertemente la puerta, hasta que el alguacil abrió. Sin mediar palabras, Tía Peg comenzó a llorar. Mientras lloraba, balbuceó que su niño, el pequeño Timmy, había pasado lo peor, que en fin, era terrible. El alguacil le pidió que se calmara. Le ofreció café y una rosquilla. También quiso presentarle a Richard Clayton, su primo, designado hace poco alcalde de aquel condado, Sarría.

Tía Peg se puso blanca como la leche. Blanca y fría. Richard Clayton sonrió y le extendió la mano.

—Sí, nos conocemos, pero no había tenido oportunidad de presentarme como es debido.

Ya el alcalde no sale con Timmy. Ahora es la Tía Peg quien sale a cabalgar los sábados, cuando todos están dormidos. Timmy lo sabe. Por eso no vuelve a la biblioteca. Eso sí, nadie se mete con «Rancho Alegre», al menos.

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