23 octubre 2014

Amor bachaquero



Ellos se conocieron en la cola del supermercado Bicentenario de Macaracuay. Él era guachiman en un estacionamiento en el centro de Caracas. Ella lavaba cabezas en una peluquería del Unicentro el Marqués. Ella le preguntó: «Chico, ¿esta cola para qué es?», y el le respondió: «Para lo que haiga». Y el flechazo fue instantáneo como el saqueo de una gandola de Mazeite en la autopista.

Ella notó que él llevaba un bulto repleto de champú Head & Shoulder, aunque el cabello de su amado estaba lleno de caspa. Le preguntó:

—Mi amor, y por qué no usas un champú para lavarte ese pelo? —y entonces puso cara de picardía—. Si quieres yo te lavo esa cabeza.
—¡Ay, chica, pero tú no viste «Caracortada»! —respondió él alarmado—: uno no puede embasurarse con su propia mercancía.

Ella rió pero sabía que él tenía razón. Había escuchado de gente loca que se ponía a regalar sus productos porque fulanito no tenía leche, o menganito se había quedado sin pañales. No, qué va, ella se había sudado su cola, y si alguien quería algo, que lo comprara a su buhonero-cliente en Bellas Artes.

Pero nuestra heroína también tenía su corazoncito: de vez en cuando uno podía echarse su «gustico». Por eso, ella le dijo a su hombre con tono tristón:

—Ay, gordo, ¿pero tú nunca agarras nada para ti?
—Claro, mi negrita —respondió él mientras sacaba una leche condensada de su bolso—. Pero ésta la usas esta noche conmigo.

Y esa noche los tórtolos hicieron el amor apasionadamente en la garita de Parque Caracas. Sin embargo, a las tres de la mañana ya estaban saliendo a hacer la cola en el Excelsior Gama de Santa Eduviges: sólo por el puesto cobraban dos mil quinientos cada uno.


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