16 agosto 2013

Aguacate

El otro día vi a un tipo calvo con exagerado pelo en el pecho. Me hizo recordar a los turistas venezolanos que comen mango en Alemania, y piden guasacaca en Buenos Aires.
Últimamente, me he vuelto adicto al aguacate. Un señor los vende al lado de mi casa a precios ridículos, y tan maduros que sientes la pepa (semilla) rebotar en su interior.
Al aguacate se le llama «palta» en Lima. Lo bueno de Lima, es que la gente no tiene muchos complejos para comer algunos alimentos «poco glamorosos», como la panza o el pulmón. En Venezuela, el aguacate es un ingrediente popular pero costoso.
Cuando era pequeño, mi mamá tenía una mata de aguacate. En esa misma casa, algunos primos y yo (incluyendo chicas) hicimos un striptease en el baño de mis padres. Yo tendría menos de ocho años y sólo recuerdo algunas imágenes, pero estoy seguro de que pasó, aunque ellos lo nieguen.
¿Te imaginas si aquel día desayunamos aguacate?
Una amiga de Susana dijo que comer tanto aguacate no es bueno. Pero los médicos dicen que el aguacate es «colesterol bueno». Yo creo que aguacate me da gases, aunque no estoy muy seguro.
Una vez le dije a una chama: «Quiero que seas feliz». Pero yo no quería que fuera feliz sola ni con otro, sino conmigo. Y si no era conmigo, entonces dolía. Dolía tanto que era mejor rogar, para estar seguro de que esa era su elección.
Ese era el cate. El cate de mi corazón.

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