10 julio 2009

terrazas del ávila

el ávila que estaba a unos metros de mi cuarto de la llovizna, con una mata llena de guacharacas cada mañana y el café que se enfriaba rápido con la brisa. la lluvia la recuerdo formando rápidos donde los carros parecían kayacs torpes y grandes, mientras los árboles estiraban sus ramas bailando reguetón. según me enseñó fernando, el reguetón se baila con los brazos por encima de la cabeza y no frente al pecho, y los árboles movían sus ramas apuntando el cielo. la gente caminaba rápido, si había gente, y creo que eso era lo bueno de terrazas del ávila, la escacez de gente. de noche, éxito se vaciaba de carros y la lluvia se estacionaba hasta en los puestos techados, aquella lluvia que tenía aspecto cincuentoso porque sólo se veía cuando la iluminaba un poste de luz, un taxi solitario o la luna, si había luna.

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