―Claro, vivimos en una sociedad llena de mitos. Como el mito de la democracia, por ejemplo.
Bastó eso para enamorarse.
The Milf Hunter estaba convencido de que las mayorías debían decidir el destino de las repúblicas, como explicaba la Nueva Democracia Nacionalista. Pero, ¿y si las mayorías eran una manga de ignorantes que se dejaban llevar por promesas y acciones populistas? ¿Debía entonces joderse el país? The Milf Hunter recordó entonces aquel trabajo que hizo sobre Platón en el colegio, en el que sacó la máxima nota, luego de devorarse la Enciclopedia Encarta 98'. Platón había dividido la sociedad en tres castas: filósofos gobernantes, militares para la defensa, y pueblo como fuerza laboral. En cierta forma, le pareció la misma estructura de las repúblicas actuales. Entonces, ¿por qué era un mito la democracia? The Milf Hunter sabía que aquella reflexión era poderosa, aunque no terminaba de entenderla. Durante todo el semestre trató de encontrar la respuesta, en secreto, y más nunca intervino en ninguna clase de M.E. Antes de darse cuenta, había terminado el semestre con la máxima puntuación, pero aún con la duda.
¿Sería esta obsesión por M.E lo que transformó a nuestro héroe en The Milf Hunter? El pobre diablo se imaginaba visitando la oficina de M.E en la universidad, ella estaba escotada y le recriminaba una baja nota en un prueba. Él bajaba la cabeza, y se hundía de vergüenza en el asiento. Pero, al levantar la vista, ella estaba frente a él y se quitaba la falda, le mostraba su panty negra semitransparente con encajes hasta la cintura, casi hasta el ombligo, como las pantys de las porno ochentosas. Eso lo volvía loco, las pantys ochentosas. Entonces, ella le bajaba la bragueta y se sentaba sobre él, frente a frente, y le apretaba su cabeza contra sus pechos «celestiales». No tenían implantes de silicona, pero eran «celestiales». No había otro superlativo. Desde aquella época universitaria, cualquier cosa que superara los límites de lo «muy bueno», The Milf Hunter lo definiría como «celestial».
Ahora The Milf Hunter bebe su cerveza sin pensar en lo que va a pasar. No es un tipo de tomar muchas birras: tres o cuatro, cuando mucho. Detesta perder el control de sí mismo, algo muy probable si se pasa de copas. Quiere mantener la serenidad, estar serio, verse cool. Porque, para The Milf Hunter, ser cool es poner cara de amargado, no bailar salsa y, en lo posible, no sacar las manos de los bolsillos.
¿Espera a alguien nuestro héroe? ¿Qué hace bebiendo solo en la barra de un burdel sin voltear adonde las putas? Sí, The Milf Hunter vino aquí buscando a alguien, solo quiere relajarse porque está ansioso. ¿Estará ella ahí? Es hora de voltear pero no se atreve. Suda. Se le forman esas malditas gotas en la parte superior de la frente, justo a él, a quien la frente se le engrasa con mucha facilidad. Quiere tranquilizarse, estar cool. Se pasa la manga de la camisa para secarse. Diablos, ¿por qué ponerse nervioso por una puta?
La primera con quien se fue a la cama captó su nerviosismo. Le dijo: «No tengas miedo, papi, aquí sólo venimos a hacer el amor», y la muy zorra le bajó los pantalones y le puso el condón con la boca. Era negra, y tenía un culo «celestial», inmenso. Apenas entró al cuarto, ella se desnudó y le pidió el dinero. Él pidió ir al baño antes del acto sexual, y se echó un pajazo para alargar el siguiente coito.
Dijo llamarse Juana, tenía diecisiete y ejercía desde los catorce. De verdad, provocaba sacarla de aquel pestilente mundo de borrachos que no lograban el orgasmo, y le golpeaban la cara. El sexo es un acto íntimo, así sea realizado con profesionales. Por eso, mientras la cogía, The Milf Hunter pensó que podía llegarla a querer. Y digo «la cogía» porque así lo definió ella, cuando gritó «Cógeme, me gusta como me coges, coges rico» en pleno acto sexual. The Milf Hunter estaba conmovido. Hasta llegó a susurrarle: «quiero sacarte de este mundo», en un momento de debilidad. Y ella fue buena. Le dejó besarle las tetas y apretarle las nalgas. Exprimirlas, realmente. Pero apenas él se vino, toda ella le produjo un inmenso asco. Le pareció insoportable su bozo, sus dientes chuecos y su hedor a mono de Educación Física. Y cuando ella intentó estamparle un beso en la boca, él se separó violentamente. Se puso la ropa, tiró el dinero al piso y le gritó «Maldita puta».
¿Habrá llegado la mujer que busca en este lugar? Nuestro héroe imagina que ella está detrás suyo, le tapa los ojos y comienza a cantar el Happy Birthday, como Marilyn en el cumpleaños de John F. Kennedy. Él vio el video centenares de veces en Youtube (antes de su prohibición) y está seguro de que su voz es igual, el mismo timbre y tono de gata, la expresión medio inocente y pícara, la pose sensual que disimula un mar de inseguridades. Él también es Marilyn en este momento, con su birra en mano y las líneas que ha aprendido para esta noche, porque quiere que todo sea perfecto.
Ésa es la línea que preparó. Y, claro, ella debe estar al borde del llanto, lo que no sabe si sucederá en algún momento de la noche. Tampoco está seguro si utilizar «chupar» o «sorber»: la primera le parece más vulgar aunque siente que debe ser un poco sucio.
Se echa un fondo blanco y voltea. Ella no está aún, sino el burdel oscuro y semivacío. En un rincón, un viejo huesudo y decrépito que viste un flux tres tallas más grande, se besa escandalosamente con una morena que parece transexual. Eso le parece bastante democrático. El viejo paga por placer y obtiene su recompensa. Si se excede del tiempo previsto el matón lo muele a golpes. El matón es pagado por el proxeneta para controlar los escándalos dentro del negocio, como los militares. ¿No es eso la verdadera democracia? The Milf Hunter se ríe a sus adentros y piensa qué serían las prostitutas en su analogía republicana: ¿acaso el control de precios, los sindicatos, el seguro social, la gasolina barata? Diablos, el pobre diablo no lo había pensado antes. Mira la birra que está bebiendo, le salió en un ojo de la cara. Aún así la compró. Aún así está aquí, pagando como el viejo por un momento de placer. ¿Por qué escondió los libros griegos de su biblioteca?, se pregunta. ¿No era mejor dedicar su tiempo libre en hacer lo que le gusta? ¿Cuándo dejó de leer, de informarse?
Recuerda la última vez que fue al Museo de Ciencias Naturales, discutían mudar la vieja exposición a un cuartel, para ampliar la Casa de la Memoria Contemporánea en las instalaciones del museo. La inauguraron con un Gran Concierto por la Paz y la Sabiduría, en clave de reguetón disfrazado de música popular urbana. Nuestro héroe ya no se ríe sino que se asusta. ¿En realidad esos eran nuestros «logros colectivos», apenas placeres que nos daba un proxeneta? La sorpresa le obstruye la garganta. Se desata el nudo de la corbata, trata de beber un sorbo de su birra pero no puede tragar, y la escupe en el piso. ¿Entonces para qué luchamos contra el antiguo sistema? ¿En realidad nunca hemos elegido?
―Hola, mi príncipe, ¿te sientes mal?
Una voz lo distrae de su descubrimiento personal y, para rematar, es M.E., su antigua profesora de Pensamiento Occidental, la chica que estaba esperando. Está vestida con un disfraz sexy de Atenea, la diosa griega de la sabiduría. Consiste en una toga blanca semitransparente que deja ver sus pechos sin implantes del tamaño de un puño, macizos, «celestiales». En lugar de una tiara de flores, luce un casco romano con el típico peine en la parte superior, cual alfil de ajedrez barato. Un grueso cinturón de cuero marrón le aprieta las «eses» de su cintura, donde sus manos están apoyadas, alzando unas hombreras de fantasía metálica como de retrato de Simón Bolívar. Y, como broche de oro, unas pantys ochentosas asoman trazos de su vello púbico dorado como su cabello suelto.
The Milf Hunter no puede creerlo. Ni en sus fantasías más perversas la imaginó tan perfecta, tan ideal. Por eso le cuesta tanto dinero la hora acordada. Y a pesar de toda la cháchara de su descubrimiento anterior, se siente profundamente agradecido con la Nueva Democracia Nacionalista, que un año antes dio de baja a todos los profesores universitarios de filosofía griega, para centrarse en lo que verdaderamente importa, la filosofía aborigen precolombina. Si no fuera por esto, nuestro héroe nunca tuviera la oportunidad de disfrutar esta ocasión única en su vida. O quizás sí, pero tendría que aplicar muchísimo tiempo y esfuerzo. ¿Y de eso no se trata la democracia, de tener todos las mismas oportunidades?
―No, mi amor, me siento genial. Por cierto, quiero sorber tus lágrimas como si fueran gelatina.
¿Espera a alguien nuestro héroe? ¿Qué hace bebiendo solo en la barra de un burdel sin voltear adonde las putas? Sí, The Milf Hunter vino aquí buscando a alguien, solo quiere relajarse porque está ansioso. ¿Estará ella ahí? Es hora de voltear pero no se atreve. Suda. Se le forman esas malditas gotas en la parte superior de la frente, justo a él, a quien la frente se le engrasa con mucha facilidad. Quiere tranquilizarse, estar cool. Se pasa la manga de la camisa para secarse. Diablos, ¿por qué ponerse nervioso por una puta?
La primera con quien se fue a la cama captó su nerviosismo. Le dijo: «No tengas miedo, papi, aquí sólo venimos a hacer el amor», y la muy zorra le bajó los pantalones y le puso el condón con la boca. Era negra, y tenía un culo «celestial», inmenso. Apenas entró al cuarto, ella se desnudó y le pidió el dinero. Él pidió ir al baño antes del acto sexual, y se echó un pajazo para alargar el siguiente coito.
Dijo llamarse Juana, tenía diecisiete y ejercía desde los catorce. De verdad, provocaba sacarla de aquel pestilente mundo de borrachos que no lograban el orgasmo, y le golpeaban la cara. El sexo es un acto íntimo, así sea realizado con profesionales. Por eso, mientras la cogía, The Milf Hunter pensó que podía llegarla a querer. Y digo «la cogía» porque así lo definió ella, cuando gritó «Cógeme, me gusta como me coges, coges rico» en pleno acto sexual. The Milf Hunter estaba conmovido. Hasta llegó a susurrarle: «quiero sacarte de este mundo», en un momento de debilidad. Y ella fue buena. Le dejó besarle las tetas y apretarle las nalgas. Exprimirlas, realmente. Pero apenas él se vino, toda ella le produjo un inmenso asco. Le pareció insoportable su bozo, sus dientes chuecos y su hedor a mono de Educación Física. Y cuando ella intentó estamparle un beso en la boca, él se separó violentamente. Se puso la ropa, tiró el dinero al piso y le gritó «Maldita puta».
¿Habrá llegado la mujer que busca en este lugar? Nuestro héroe imagina que ella está detrás suyo, le tapa los ojos y comienza a cantar el Happy Birthday, como Marilyn en el cumpleaños de John F. Kennedy. Él vio el video centenares de veces en Youtube (antes de su prohibición) y está seguro de que su voz es igual, el mismo timbre y tono de gata, la expresión medio inocente y pícara, la pose sensual que disimula un mar de inseguridades. Él también es Marilyn en este momento, con su birra en mano y las líneas que ha aprendido para esta noche, porque quiere que todo sea perfecto.
Quiero chupar tus lágrimas como si fueran gelatina
Ésa es la línea que preparó. Y, claro, ella debe estar al borde del llanto, lo que no sabe si sucederá en algún momento de la noche. Tampoco está seguro si utilizar «chupar» o «sorber»: la primera le parece más vulgar aunque siente que debe ser un poco sucio.
Se echa un fondo blanco y voltea. Ella no está aún, sino el burdel oscuro y semivacío. En un rincón, un viejo huesudo y decrépito que viste un flux tres tallas más grande, se besa escandalosamente con una morena que parece transexual. Eso le parece bastante democrático. El viejo paga por placer y obtiene su recompensa. Si se excede del tiempo previsto el matón lo muele a golpes. El matón es pagado por el proxeneta para controlar los escándalos dentro del negocio, como los militares. ¿No es eso la verdadera democracia? The Milf Hunter se ríe a sus adentros y piensa qué serían las prostitutas en su analogía republicana: ¿acaso el control de precios, los sindicatos, el seguro social, la gasolina barata? Diablos, el pobre diablo no lo había pensado antes. Mira la birra que está bebiendo, le salió en un ojo de la cara. Aún así la compró. Aún así está aquí, pagando como el viejo por un momento de placer. ¿Por qué escondió los libros griegos de su biblioteca?, se pregunta. ¿No era mejor dedicar su tiempo libre en hacer lo que le gusta? ¿Cuándo dejó de leer, de informarse?
Recuerda la última vez que fue al Museo de Ciencias Naturales, discutían mudar la vieja exposición a un cuartel, para ampliar la Casa de la Memoria Contemporánea en las instalaciones del museo. La inauguraron con un Gran Concierto por la Paz y la Sabiduría, en clave de reguetón disfrazado de música popular urbana. Nuestro héroe ya no se ríe sino que se asusta. ¿En realidad esos eran nuestros «logros colectivos», apenas placeres que nos daba un proxeneta? La sorpresa le obstruye la garganta. Se desata el nudo de la corbata, trata de beber un sorbo de su birra pero no puede tragar, y la escupe en el piso. ¿Entonces para qué luchamos contra el antiguo sistema? ¿En realidad nunca hemos elegido?
―Hola, mi príncipe, ¿te sientes mal?
Una voz lo distrae de su descubrimiento personal y, para rematar, es M.E., su antigua profesora de Pensamiento Occidental, la chica que estaba esperando. Está vestida con un disfraz sexy de Atenea, la diosa griega de la sabiduría. Consiste en una toga blanca semitransparente que deja ver sus pechos sin implantes del tamaño de un puño, macizos, «celestiales». En lugar de una tiara de flores, luce un casco romano con el típico peine en la parte superior, cual alfil de ajedrez barato. Un grueso cinturón de cuero marrón le aprieta las «eses» de su cintura, donde sus manos están apoyadas, alzando unas hombreras de fantasía metálica como de retrato de Simón Bolívar. Y, como broche de oro, unas pantys ochentosas asoman trazos de su vello púbico dorado como su cabello suelto.
The Milf Hunter no puede creerlo. Ni en sus fantasías más perversas la imaginó tan perfecta, tan ideal. Por eso le cuesta tanto dinero la hora acordada. Y a pesar de toda la cháchara de su descubrimiento anterior, se siente profundamente agradecido con la Nueva Democracia Nacionalista, que un año antes dio de baja a todos los profesores universitarios de filosofía griega, para centrarse en lo que verdaderamente importa, la filosofía aborigen precolombina. Si no fuera por esto, nuestro héroe nunca tuviera la oportunidad de disfrutar esta ocasión única en su vida. O quizás sí, pero tendría que aplicar muchísimo tiempo y esfuerzo. ¿Y de eso no se trata la democracia, de tener todos las mismas oportunidades?
―No, mi amor, me siento genial. Por cierto, quiero sorber tus lágrimas como si fueran gelatina.
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