Como a las seis de las mañana yo había guardado el colchón y me había ido a la cama de Susana. Nos levantamos más tarde, y no desayunamos en el hostal porque yo estaba medio arrecho con ellos. Llegamos a la estación del tren, y Susana volvió a comprarse impulsivamente otro legin por dos euros en los buhoneros del terminal. Ya en ese momento vestía uno comprado el día anterior. Yo pensé en caminar por la paralela Sur de la Nazionale para llegar al Coliseo, y desayunar por allí. Comimos en un lugar frente al teatro de la Ópera, Er Bucheto, donde sólo vendían sánguches de pernil. Lo elegí porque los viejitos en negocios solitarios suelen conmoverme, y el pernil se veía delicioso. El lugar pareció ser famoso en alguna época, porque tenía una pared llena de fotos con (supuse) personajes importantes. Ahora era un rincón de pocas mesas (eufemismo apropiado: íntimo), proveedor de pernil a mesoneros de otros restaurantes cercanos.
Por las calles paralelas encontramos una iglesia que no me importó y luego dimos con el Coliseo, que decepcionó un poco por ser un montón de piedras en muy mal estado. En los libros debe estar fotochopeado. Allí me di cuenta de que los legin de dos euros en lugar de negros eran casi transparentes, y a Susana se le veía toda la pantaleta. En los alrededores del Coliseo, había varios recién casados tomándose fotos para sus álbumes de sala, y hasta la chama que el día anterior no la dejaron entrar en el Museo del Vaticano por estar muy escotada.
Después de chulearnos la explicación del Coliseo a una pareja de ancianos gringos con su guía privado italiano, entramos en el parque de las ruinas del Palatino y el Foro Romano. Por cierto, si "ruinas" son algunas piedras tiradas por catorce euros, es preferible cerrar los ojos: imaginar que estaba parado sobre el centro del poder político hace dos mil años mejoró un poco mi ánimo.
Al salir, nos encontramos una manifestación contra Berlusconi, y buscamos un lugar donde almorzar. No fue una buena comida, pero al menos tomamos vino y nos quedamos allí por dos horas, mientras apreciábamos lo que podía ser un divorcio en potencia en la mesa de al lado.
Comenzó a llover cuando nos íbamos, y nos refugiamos primero en una fabulosa tienda de trenes a escala, y luego en el Panteón, que nos encontramos por casualidad frente a una plaza. Allí vimos la tumba de Rafaello, y supimos que es la única construcción romana completa aún en pie. Por fin, algo no estaba destruido. Y gratis.
Regresamos al hostal porque ese día sí teníamos camas asignadas, y aproveché para escribir en el retrasado diario, mientras Susana descansaba. Después de un intento fallido por comprar un combo de pizza margarita + Coca Cola por 3,5 euros, Eric nos contó su aventura en Roma del día anterior, cuando no consiguió donde dormir, y terminó ayudado por un travestí que le ofreció posada. El partía el día siguiente a Florencia, nosotros a Viena.
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