27 noviembre 2013
Bacterias
Saqué los chorizos del refrigerador, y los lancé sobre la parrillera eléctrica sin dejar que se descongelaran. Media hora después, mastiqué un pequeño trozo, que me pareció un chicle.
Al día siguiente, me golpeé en la cabeza con uno de los estantes de la cocina. Durante cuatro días tuve un ligero dolor en uno de los costados de mi cráneo.
Y todavía hoy puedo sentir las bacterias del chorizo crudo comerse mi cerebro, causándome ese falso dolor de cabeza en uno de los costados de mi cráneo.
02 noviembre 2013
Para H.
Hola, soy P. Soy una persona de marcas. Bebo Solera azul, calzo Converse y visto una franela Zara que se ajusta a mi cuerpo, aunque temo que en poco tiempo la dejaré de usar. También escribo, aunque cada vez menos. Me lo reprocho a veces, antes de dormir, cuando veo a M. y ajusto sus piernas sobre las mías, como un candado, y mi brazo izquierdo oscila entre su pecho y su abdomen, inseguro de presionar sus pulmones, generadores de ronquidos.
Cuando escribo, vuelo. Yo también ronco, pero nunca me he escuchado roncar, por supuesto. M. prepara todos los días el desayuno, y yo trato de cocinar las mañanas de los fines de semana. Me quedan muy ricas las panquecas. Sé que no tienen ciencia, pero a M. le gustan y con eso me basta.
M. cocina delicioso. Tiene la facilidad de hacer el almuerzo en treinta minutos, como en un programa de televisión. Hace tiempo, me sentaba a leer a su lado mientras ella cocinaba, pero ahora me distraigo mucho con mi teléfono inteligente. Procrastinación, le dicen.
Yo bailo mal, pero cuando bailo también vuelo. De todo, escucho lo que me gusta. Siempre hay música en mi cerebro, sólo que la decodifico mal hacia el exterior.
Somos más o menos libres, dentro de lo que cabe. Pero tratamos siempre de pasarla bien.
Eso tenlo por seguro.
18 octubre 2013
Operación Smartphone
Ustedes no saben lo que he visto. Yo estaba en la estación de Metro Gato Negro cuando un chamito robó mi teléfono inteligente. Debo aclarar que apreciaba mucho mi teléfono inteligente. No porque me había costado un ojo de la cara, sino porque me distraía en las colas para comprar papel higiénico. Tiempo atrás, yo sentía esas horas en cola tan inútiles como un militar cuidando pollos en un mercado del gobierno. Pero luego, gracias a mi teléfono inteligente, me ponía a jugar béisbol, y el tiempo se me pasaba volando.
El vagón estaba lleno y yo decidí esperar el siguiente tren. Por eso, saqué mi teléfono inteligente, y me puse a jugar béisbol. Debí sospechar que algo malo pasaría, pero suelo sentirme protegido en lugares con mucha gente y «vigilado con cámaras». Como sea, no vi venir que un niño dentro del vagón lanzaría un zarpazo hacia mi móvil, justo antes de cerrarse las compuertas. Un niño con una camiseta de Los Ángeles Lakers: el violeta desgastado convertido en lila, y una carita feliz dibujada con marcador en el balón del logo. Yo reaccioné tarde, y los golpes que proporcioné a la ventana de plástico fueron un terrible espectáculo para mi ego.
Al menos, no grité. Lleno de una furia desconocida para mí, salté a las vías del tren, y perseguí al vagón que aceleraba su marcha. Raudo, me adentré en el túnel, en el que aún me encuentro perdido.
Ustedes no saben lo que he visto. Al tren lo perdí rápido, evidentemente. Los dos bombillos rojos de la popa se extinguieron como unos párpados que se cierran. Entonces sentímiedo. Si alguna vez se ha ido la luz de noche mientras hacen número dos en su casa, sabrán a lo que me refiero. Incertidumbre, olor a cloaca, calor. Trastabillé varias veces, caí un par, pero nunca utilicé las manos para apoyarme en el piso. Me daba asco. Hasta que escuché el silbido del tren. No era un silbido realmente. Era como alguien que chupaba las últimas gotas de gaseosa por el sorbete. Los rieles vibraron como una oxidada ventana corrediza al abrirla. La brisa caliente me empujó para alentarme a correr por mi vida, o lo poco que quedaba de ella.
Pero no podía correr. No estaba cansado, pero no veía escapatoria. Siempre me he quedado inmóvil en momentos decisivos: cuando niño una vez me atropelló un carrito de helados. El conductor estaba seguro que yo me apartaría, pero yo me petrifiqué en el asfalto. Veinte años después, sucedía lo mismo, pero dentro de un túnel de Metro oscuro y sin escapatoria.
Hasta que los bombillos amarillos de la proa del tren iluminaron la vía. Y pude ver, en un costado del túnel, una pequeña compuerta circular de submarino, apenas más ancha que mi cuerpo. Esta vez no me importó ensuciar mis manos, giré la llave de la bóveda, y me adentré en aquél túnel tan oscuro como el deseo de matar.
Tampoco me quedaba más remedio que seguir adelante. Además, este nuevo túnel tenía una escalera estilo alcantarilla. No necesariamente subía, más bien a veces sentía que bajaba o daba espirales inútiles. Pero no podía parar. Después de todo, si alguien había construido aquello, debía llegar a algún lado. Sólo que yo jamás imaginé a dónde llegaría.
Finalmente, mi cabeza tropezó con otra compuerta de submarino, y giré la llave. La luz me encegueció un momento. Al abrir mis ojos, dos elementos me dejaron frío: uno, el mar; y dos, una torre de rollos de papel higiénico de cuatro pisos de altura.
¿Qué demonios hacía una montaña de papel higiénico en medio de la nada?
Lo del mar fue fácil de adivinar. Me había arrastrado por aquel túnel hasta algún lugar del litoral central, digamos, por veinte kilómetros. Sin duda, un esfuerzo notable, pero tampoco una gran hazaña. Lo que me intrigaba enormemente era la montaña papel higiénico. Pero, como siempre, no sospeché inicialmente que se tratara de algo malo.
Salí del túnel, que simulaba una cañería, y exploré la zona. Debía estar aún en las faldas de el Ávila, porque el mar se veía aún abajo, aunque se encontraba a menos de un kilómetro. El edificio de papel higiénico estaba en medio de un claro de arbustos pequeños, de muchas ramas secas y suelo arenoso, imposible de atravesar sin la ayuda de un machete. No había nada más, ninguna salida que no fuera la falsa cañería por donde había llegado. Ni una tienda de campaña, ni un vigilante, ni una cantimplora que indujera que había estado allí un ser humano recientemente. Hasta que escuché abrirse la compuerta del túnel.
Poco a poco fueron saliendo decenas de niños de la falsa cañería. Eran niños de aspecto pobre, casi miserable, cuyas camisas parecían lonjas de queso holandés, llenas de agujeros. Arrastraban sacos de arpillera, pesados como si fueran sacos de papa, y los amontonaban frente a la torre. Todo esto, en el más profundo de los silencios. En pocos minutos, habían salido cien niños del túnel, y se habían puesto en formación frente a los sacos apilados. Entonces, uno de ellos gritó, y todos comenzaron a aplaudir, a cantar marchas militares, y a dar vivas por alguien que supuestamente los había salvado, aunque no se interesó en darles ropa nueva.
Fue espeluznante. Yo me había ocultado detrás del edificio de rollos, y ahora sentía que me estaba volviendo loco, con niños «verdes» acaparando papel higiénico en medio de la nada. Niños que utilizaban eufemismos como «Patria», «Felicidad» y el «Estado de Plenitud del Alma». Que declamaban versos endecasílabos como un cronista de los años cincuenta, obsesionado por alzar la voz y dar finales contundentes.
No tardaron mucho en descubrirme. Un niño que inspeccionaba la zona comenzó a gritar: «¡Saboteador!», y yo no tuve otra opción que escalar la montaña de papel, lanzando rollos a diestra y siniestra para despistar a mi perseguidores. Pero mientras pateaba la cara de uno de los niños, otros me halaban las zapatillas y el pantalón. Yo seguía por encima de ellos en el edificio pero estaba desesperado, y los niños gritaban y todas sus voces se mezclaban en una sola, en un tono agudo como el pito de una olla de presión. Porque de eso se trataba, de agua hirviendo a punto de quemarme.
Resignado, agarré un rollo de papel higiénico, y atiné a pegárselo en la cabeza a algún niño. No importaba cuál, sólo necesitaba hacerle daño a uno de mis agresores. Pero al bajar la vista, me encontré con el niño que me había robado el teléfono en el Metro. El chamito aquél con la camiseta de los Lakers color lila, y la carita feliz en el balón del logo.
¿Qué demonios hacía allí el ladronzuelo, atacándome con sus secuaces en medio de la nada?
No entendía nada, no encontraba una explicación lógica, mi cabeza daba vueltas, y lancé el rollo de papel a ninguna parte. Los niños seguían halando mis pies, y yo me resistía inútilmente. Hasta que por fin vi el interior de la torre de papel higiénico, y lo entendí todo. Los rollos de papel sólo eran la capa exterior de un enorme cubo de plástico, lleno hasta el tope de teléfonos inteligentes. En un segundo, pude reconocer Iphones, Samsungs, HTCs, y todos los modelos de gama alta de smartphones de los que tenía conocimiento. También vi que el tope del edificio estaba atiborrado de bidones de gasolina. Me convencí, por fin, de que no había escapatoria. Me dejé caer, y los niños me golpearon hasta perder el conocimiento.
Desperté hace cuatro minutos, pero fue como si no hubiera abierto mis ojos. O todo estaba oscuro, o me había quedado ciego. Traté de moverme pero mis manos y pies estaban atadas. Paralizado, pero esta vez no por mis temores. Sé donde estoy: la misma incertidumbre, olor a cloaca y calor. En cualquier momento vendrá el tren. Lo sabré primero por el sonido, parecido a una silla que es arrastrada por el piso. El suelo vibrará como una licuadora cuando es encendida, y mi estómago será el jugo de lechosa dando vueltas en el interior de la taza. Veré los dos bombillos de la proa acercarse, si no estoy ciego, y pensaré en el juego de béisbol de mi antiguo teléfono inteligente, para intentar adelantar el tiempo artificialmente. En mi pose de superioridad moral no me arrepentiré de nada, porque siempre debí saber que nunca hubo escapatoria.
Ya ustedes saben lo que he visto. Ahora corran.
06 octubre 2013
El post del miedo
Ahora pienso que escribí mi libro pensando más en convertirme en un rock star que en mí mismo. Ya sabes, ganar seguidores en Twitter y Blogger, que por fin me publicara un portal de narrativa venezolana, sentirme más escritor porque había publicado a una edad temprana. El libro tiene cinco cuentos que me gustan, sí, pero los demás son relleno. Y los que me gustan, ahora los reescribiría por completo. Los haría menos estándar, más fluidos.
Eso me hizo sentir culpable por un tiempo.
Ahora, por fin, pienso en hacer otro libro. Tengo algunos cuentos ya listos, pero otros que ni siquiera he podido iniciar. Están allí, me sé la historia, pero no puedo presionar la mayúscula inicial, como si una voz de ultratumba me dijera juega béisbol en tu teléfono en lugar de escribir, y yo le creyera totalmente.
Este es un post de miedo. ¿Viste?
16 agosto 2013
Aguacate
12 agosto 2013
Los choros se acuestan temprano
21 julio 2013
Me casé con una Zelda Fitzgerald
¿Sabes que en los cursos pre-matrimoniales los novios acuerdan en dónde vivirán, y si tendrán hijos?
Dame el sí de una buena vez, maldito
23 junio 2013
El portal del refugio
Vaya a dar un paseo
¡Candy!
Mañana damos un paseo
04 junio 2013
Consulta médica
03 junio 2013
Morquídea
¿Quién eres?
29 mayo 2013
Fuga de divisas
Jo-jo-jo
Apréndanse esos números, porque la Guardia viene en unos minutos y se los va a preguntar.
22 mayo 2013
El mal de Montano, de Vila-Matas
«Aquí», ha dicho el taxista, «no hay nada hoy en día, pero en otros tiempos, cuando yo era joven, esto estaba lleno de viñedos arrancados a la difícil tierra volcánica, se hacía vino de Pico. Y había, cuando la vendimia, fiestas, muchas fiestas.» Se veían, a un lado y otro de la sombría carretera, las ruinas de las antiguas mansiones señoriales de las familias de Faial que se habían enriquecido haciendo vino en la tierra de lava de su isla vecina. De esas grandes villas de antaño, donde se daban aquellas fiestas durante la vendimia, sólo quedaban cuatro piedras y la nostalgia profunda del taxista, que de vez en cuando, con plomiza y melancónica insistencia, puntuando su campechano monólogo, decía en un portugués muy cerrado, de fuerte acento azoriano:―Festas, muitas festas.Nostalgia plomiza de los antiguos días de esplendor, en un tono campechano de lo más horrible.―Festas, muitas festas.A la quinta vez que lo ha dicho, he comenzado a entrar en trance y a tener cierta hiperactividad cerebral. Entre muchas cosas, me he acordado que yo debía estar siempore alerta contra el mal de Montano de la literatura. [..] El taxista sólo parecía embotado en el recuerdo de alguna pobre y desgraciada novia qe había tenido en la época de la vendimia, [..] ha terminado sacándome de quicio.Festas, muitas festas.No me gustan nada las personas campechanas. Si de ellas dependiera, la literatura ya había desaparecido de la faz de la tierra. Sin embargo, las personas «normales» son muy apreciadas en todas partes. Todos los asesinos son, para sus vecinos, tal como se ve siempre en la televisión, personas campechanas y normales. Las personas normales cómplices del mal de Montano de la literatura. Eso he pensado este mediodía en el taxi de Pico, mientras me acordaba de una frase que Zelda solía decirle a su marido, a Scott Fitzgerald: «Nadie más que nosotros tiene derecho a vivir, y ellos, los hijos de puta, están destruyendo nuestro mundo.»
Enrique Vila-Matas. El mal de Montano (Editorial Anagrama)
12 mayo 2013
No sé si trabaja allí o vino para atormentarme
Fue la peor experiencia que he tenido en mi vida.
Mi ritmo cardíaco aumentó impulsivamente, tanto que creí que me iba a dar un infarto. Los latidos rebotaban en mi cuello, me ahogaban, pero yo seguí bajo el agua fría esperando el momento en que se normalizara todo, el cual nunca llegó. Eso, y la biblia abierta en la mesa de comedor, fueron las cosas que más me asustaron de aquella casa.
Hace poco viví un pánico similar en Chirere. Me adentré solo y pasado de tragos a la playa, y eventualmente las olas no me dejaron estabilizarme. La fuerte resaca del mar me haló con fuerza. Por un momento, pensé que me iba ahogar como un idiota en Chirere, pero jamás pensé en el fastidio que le causaría a mis amigos de cargar un cadáver durante dos horas hasta Caracas. Al final, aproveché el impulso de las olas, para darme cuenta de que estaba prácticamente en la orilla, como Kiko en aquella piscina de Acapulco.
Ayer le pregunté a Susana si yo era un borracho. Me dijo que más que ella no. Eso me tranquilizó, aunque no lo creas.
Al día siguiente me volví a encontrar con mi exconcuñado en el comedor, pero su trato fue más frío. Me dio la espalda en la escalera mecánica, cuando en condiciones ideales uno voltea para conversar. Realmente, no lo culpo, se suponía que no debíamos vernos más nunca en la vida.
Susana comenzó un postgrado y ahora se la pasa estudiando, eso me da más tiempo para leer. Terminé un agotador libro de Vila-Matas, y comencé unos de César Aira y Arnoldo Rosas, que me tienen enganchado. Mientras leía, mi madre ha llamado para contarme sus últimas experiencias de compras en supermercados. Es extraño, quienes me enseñaron a ser crítico con el sistema ahora son demasiado indulgentes. Pero supongo que todo el mundo debe creer en algo.
¿En qué creo yo?
En que la incertidumbre es como un baño de agua fría cuando tienes fiebre.
30 abril 2013
Restaurante chino en El Vigía
Suena Marco Antonio Solís, una de sus pocas canciones moviditas. Todos los clientes que llegan quieren camarones, aunque yo encontré sólo uno en mi arroz. Veo la lámpara roja china sin bombillo, pero no me siento culpable de que Caracas consuma toda la energía eléctrica.
22 abril 2013
Before ipod
10 abril 2013
Dos sueños impúdicos
Aparecemos en escena varios familiares y yo, estacionando un Chevrolet Corsa al borde de las escaleras de El Calvario, entrada la noche. Por supuesto, un choro aparece en escena. Mi primo pierde los papeles y grita como loco. Yo camino rápido hacia el carro, pero el choro me apunta con su pistola, grita: «quieto», y tuve que darle mi Galaxy S3.
Pasamos a otra escena, y aún estamos al borde del cerro El Calvario. Hay un pordiosero que atraca a un transeúnte. La pistola que usa es la misma que utilizó el choro para inutilizarme. El pordiosero dispara a quemarropa tres veces pero falla. Entonces, me doy cuenta que la pistola es falsa. Me abalanzo sobre el pordiosero, y le doy varias trompadas. En el trajín, el pordiosero deja caer un teléfono muy parecido al mío. Tomé rápidamente el celular, que asumí era el mío, y le di más trompadas al viejo, hasta matarlo.
Finalmente, aparezco en casa, me pongo la camisa y perfume, me veo en el espejo. Estoy bien. Agarro el teléfono y me doy cuenta de que es un Galaxy Ace, de mucho menor valor que mi S3 robado. Despierto.
Estaba en mi habitación intentando tirar con mi esposa pero siempre entraba alguien: mi mamá e incluso mi sobrino de un año. En un momento en el que todos salieron del cuarto, eché llave y volé hasta la cama. adoptamos la posición del Misionero. Pero al intentar penetrar a Susana, ella tenía un pene y yo una vagina. Me lo metí en la boca, pero la sensación me disgustó. El pene de Susana no era común: el glande formaba parte de todo el cuerpo del pene, que era flácido y rosado. Desperté.
09 abril 2013
Una noche feliz
El Celarg cada vez me entusiasma menos. Hace un año quitaron la función de las 7 de la noche, y la librería (o lo que queda de ella) cierra a las 5. Entré a la Sala Experimental pero no entendí ninguna pintura. En el Celarg 3 presentaban «Ratcatcher». La sinopsis comenzaba con: «Ryan, un niño de 12 años, se ahoga durante una pelea con su vecino James...», y no seguí leyendo. Si ya venía reconciliado con la vida, ¿para qué amargarme con ficción? Más bien la ficción es lo que debe salvarnos.
Bajé por la Luis Roche hacia ningún lado. A un costado del Celarg, donde estaba La Tienda del Cine, noté que construían un bar. Sería lo máximo que lo terminaran. Compensaría el cierre de cafés como Tawa, Come a Casa y St. Honoré, aunque aún duele la desaparición de La Tienda del Cine; en otrora, el templo del séptimo arte en Caracas. La original estaba en el Teresa Carreño, pero la reemplazaron por un negocio de artesanía.
Mientras caminaba, a un lado una pareja hablaba y reía. Comunicarme y reír al mismo sólo puedo hacerlo borracho, a menos que me pase de copas, y se me trabe la lengua.
Llegué a la Librería Lugar Común, en la esquina de la Avenida Del Ávila y la Francisco de Miranda. Fue inaugurada hace varios meses, pero nunca quise entrar porque, al asomarme, veía adentro a escritores «reconocidos». Me da miedo unirme algún día a ese club, y ser como un candidato a la presidencia, que debe favores a todo el mundo.
Un viejo gordo y calvo entró a la librería. Buscaba un libro imposible y se autodenominó erudito. La librería es un lugar exquisito. Parece la casa de muñecas de un escritor. Tiene muebles y una gran ventana donde se ve todo desde afuera. Traen con frecuencia libros de Argentina y México, y los venden a precios astronómicos. Aún así, se agradece. Elegí libros de Juan Villoro, Antonio Tabucchi, César Aria y «Abril Rojo», de Santiago Roncagliolo, de quien había leído textos por Internet. Del resto, sólo referencias.
El chico de la caja fue muy amable. Cuando me preguntó la dirección, y le dije: «Campo Rico», me preguntó dónde quedaba eso. Nadie sabe donde queda Campo Rico. Es un lugar sin historia. Cuando me mudé para acá, quise volverme el cronista del lugar, pero sólo escuché tiros. Campo Rico no es un campo, sino un cerro lleno de casas sin friso y tanques azules que no pagan agua. Esa es la mejor crónica que puedo dar.
Compré cinco libros y gasté mil bolívares. Una barbaridad, pero no me arrepiento. Nada pudo arruinar una noche feliz.
01 abril 2013
Sobre comida venezolana
Ayer preparamos empanadas de cazón en la casa. Las empanadas venezolanas se hacen con harina de maiz, bien fritas, con la típica medialuna que tienen todas las empanadas del mundo.
El cazón lo obtuve a través de mi mamá, quien nos dio secretamente lo poco que sobró del Pastel de Chucho.
El Pastel de Chucho es un plato típico venezolano más subvalorado que el Asado Negro. Se trata de un pasticho de cazón y plátano frito sobre una base de tortilla con papa. El resultado es una mezcla de sabores dulces y salados muy alucinante.
Este fin también comí por primera vez Malasrabias. Es un dulce de plátano con toques de clavo que me recuerda al dulce de lechosa (papaya). De los dulces venezolanos, soy fan del desaparecido Bienmesabe, sustituido en los restaurantes venezolanos por Tortas Tres Leches y Marquesas de chocolate.
También me parece insólita la ausencia de Papelón con limón como bebida estelar, sobre todo en los restaurantes criollos. Sin embargo, el otro día fui a Il Grillo (fast food italiano), y el combo tenía descuento si lo pedías con papelón. ¿Qué bolas, no? Pero si vas a una arepera, te ofrecen Nestea o jugo de fresa.
Hoy pasé por La Guarandinga (fast food de comida criolla), y había quebrado. Hace unos meses comí allí el mejor Asado Negro en años. Pero volvimos unas semanas después, y la calidad había bajado.
¿Por qué la mediocridad nos la tomamos tan en serio? Cuando un extranjero viene al país, hay que rezarle a San Sumito para que algo tan simple como un Sancocho de gallina, una Cachapa con queso, o hasta una fucking Chicha de arroz esté buena, vayas donde vayas.
Por eso no hay nada como unas empanadas de cazón hechas en casa.
31 marzo 2013
El perdón y otros pecados
C. tiene diez años y no sabe por qué su familia se peleó hace cinco. No entiende pero tampoco pregunta. Le han dicho que no pregunte y él obecede. C. es tan obediente que pasa llave a las puertas de su casa todas las noches cuando se van a dormir. C. quizás piensa que la familia es una pequeña patria, y a veces se dividen, como las dos Corea. Pero tener dos familias que no se hablan (ni siquiera se mencionan) arrastra a una doble vida, a pensar todo antes de hablar. A una forma inocente de hipocresía.
Justo ayer mi padre me mostró unos retratos de un fotógrafo de la Sedunda Guerra Mundial, fallecido recientemente. En las fotos, se veían niños jugando en un cementerio o siendo atendidos por un sacerdote, luego de un bombardeo. Los hombres y las mujeres trabajan durante la guerra, pero los niños sólo sufren.
Si aceptamos que somos un ser social, ¿por que nos volvemos tan sectarios, con el tiempo?
Le dije a C. que tenía la esperanza de que las peleas se resolvieran en unos años. Él me dijo:《Yo también》. Pero yo ahora no estoy tan seguro. Yo estaba ebrio y al final le regalé una cajita feliz.
Es extraña nuestra capacidad de autoengañarnos. Subimos la cámara fotográfica para no enfocar la basura. Aunque quizás de eso se trate la 《patria》: de tomar decisiones fuertes a pesar de las duras consecuencias.
Pero es necesario estar atento a todas las verdades.
19 marzo 2013
Réquiem para Chávez
Una cosa sí aprendimos de todo esto: Cuba no parece ser el lugar más apropiado para tratarse de cáncer, después de todo.
01 marzo 2013
Algo raro pasa en el condado de Sarría
Todos los sábados iba un señor para «Rancho Alegre». «Rancho Alegre» es un pequeño edificio donde viven niños sin padres, adoptados por un matrimonio. Tienen una pequeña cancha de básket y una pequeña biblioteca, que adoraba Timmy, el más chico pero de curiosidad insaciable. En el edificio hay varios cuartos, donde duermen los niños, quienes no superan la docena. Un señor iba todos los sábados y hacía una barbacoa, y los niños comían en un mesón de madera con cestas de pan. Pero, últimamente, se había interesado mucho por «apadrinar» a algunos chicos. «Apadrinar» significa compartir con el chico individualmente, ya sea llevándolo al cine, al parque de diversiones o al zoológico del otro condado. Esto incomodaba mucho a Tía Peg, la madre adoptiva de los chicos.
Un sábado, el señor buscó a Timmy muy temprano, y lo trajo entrada la noche. Durante los días siguientes, Timmy no quiso ir a la biblioteca. Entonces, Tía Peg le preguntó a Timmy qué había hecho con el señor el último sábado, pero Timmy aseguró que sólo habían ido a tomar leche a la taberna de Lucas.
¿Toda un día para tomar leche en la taberna de lucas? Tía Peg no estaba convencida. Por eso, decidió transmitirle su incomodidad al Tío Roger, el padre adoptivo de las criaturas.
Al Tío Roger también le pareció que la actividad había sido muy corta para ocupar toda la jornada. Él no se había dado cuenta de ese acontecimiento, naturalmente, porque estaba en la granja con los chicos mayores tirando el arado. Entonces, Roger decidió telefonear a Lucas, pero Lucas confirmó la versión del pequeño Timmy: el niño y el señor habían pasado todo el sábado tomando leche en la taberna.
¿Pero, entonces, por qué Timmy pasó los días siguientes al sábado sin ir a la biblioteca? Tía Peg insistió a Tío Roger, pero Tío Roger no quiso ahondar más en el asunto. Confiaba mucho en el tabernero Lucas. No tanto en el señor, pero sí en el tabernero Lucas.
Aunque Timmy insistió que el señor era un buen hombre, de divertidas historias y útiles consejos, Tía Peg fue con ellos el sábado siguiente a la taberna. En efecto, no hubo nada raro. El señor era un tipo gracioso, muy culto, que sabía de memoria historias fantásticas como la isla del tesoro, de Stevenson. Además, era respetuoso y amable. Tan amable, que se ofreció a llevar al baño al pequeño Timmy cuando a este le dieron ganas de hacer pipí. Pero después de veinte minutos, timmy regresó con un aspecto demacrado. El señor salió segundos después, subiéndose los pantalones, y comentando en voz muy alta que Timmy había vomitado toda la leche.
Aquella noche el pequeño Timmy lo confesó todo.
A esa misma hora, Tía Peg tomó su caballo y fue a todo galope a la casa del alguacil. Felizmente, las luces de la casa aún estaban encendidas. Tía Peg golpeó fuertemente la puerta, hasta que el alguacil abrió. Sin mediar palabras, Tía Peg comenzó a llorar. Mientras lloraba, balbuceó que su niño, el pequeño Timmy, había pasado lo peor, que en fin, era terrible. El alguacil le pidió que se calmara. Le ofreció café y una rosquilla. También quiso presentarle a Richard Clayton, su primo, designado hace poco alcalde de aquel condado, Sarría.
Tía Peg se puso blanca como la leche. Blanca y fría. Richard Clayton sonrió y le extendió la mano.
—Sí, nos conocemos, pero no había tenido oportunidad de presentarme como es debido.
Ya el alcalde no sale con Timmy. Ahora es la Tía Peg quien sale a cabalgar los sábados, cuando todos están dormidos. Timmy lo sabe. Por eso no vuelve a la biblioteca. Eso sí, nadie se mete con «Rancho Alegre», al menos.
22 febrero 2013
la culpa
no te dejes joder por tu hermana
por unos meses me devoró la culpa. luego, entendí que aquello sólo era un deseo innecesario de quedar bien con ella, de no parecer un miserable ante los amigos comunes. deshacerme de mi pose hipócrita fue difícil, pero lo hice.
tampoco extraño cantv.
08 febrero 2013
esperando el impacto
eso me lo contó marcos, cuando me lo conseguí en la plaza. marcos también tiene sesenta y pico de años. su esposa murió hace pocos meses de cáncer, y no tuvieron hijos. mentira, creo que tuvieron uno, pero después de cierta edad, los hijos parece que no existieran. marcos sobrevive. no le molesta cocinarse ni plancharse la camisa, lo que le fastidia hasta la vergüenza es tener que masturbarse a los sesenta y pico de años, porque ya viejo y sin plata, uno no puede conseguirse ni un carro chocado.
yo cumplo sesenta y dos mañana. y tengo tanto, tanto miedo...
31 enero 2013
Magallanes Campeón
Endy Chávez, Ezequiel Carrera, Erold y Elvis Andrus, el gran Panda Sandoval, Eliécer Alfonzo, Carlos Maldonado, Mario Lisson, al Toro Zambrano, Gustavo Chacín, Juan Rincón, Gabriel García, Jesús Merchán, Juan Rivera, José Altuve, Argenis Díaz, Andrés Eloy Blanco, Francisco Cervelli, Jesús Flores, Carlos E. Hernández.
Ha sido un equipo de estrellas.
¡Gracias!
¡Magallanes Campeón!
27 enero 2013
Sembrando Valores
VTV y Globovisión se unen por primera vez en quince años para colaborar en el proyecto educativo de televisión más ambicioso desde la era de María Castaña: Sembrando Valores.
La fantástica idea viene de la preocupación de la población venezolana ante la escalada de violencia en nuestras ciudades, ya que no tenemos a un Batman para salvarnos.
Todo comenzó con una reunión entre ambos sectores políticos del país, que el gobierno llamó «Junta Comunal por la Formación de Valores Bolivarianos», y la oposición catalogó como «Asamblea Ciudadana contra el Genocidio de Nuestros Vecinos», con el apoyo de la ONG «Salvemos Vidas», la cual se encarga de contar los muertos en la morgue de Bello Monte.
El programa tendrá un original formato de concursos, de niños entre 8 y 12 años, quienes tendrán que tomar decisiones ante hipotéticas situaciones cotidianas, donde pondrán a prueba sus valores familiares, y aprenderán las normas ejemplares de convivencia ciudadana.
Veamos un ejemplo del funcionamiento del programa.
Un niño de 10 años está en la casilla 1. El moderador le pregunta:
—Si ves una cartera masculina tirada en el suelo con mucho dinero en efectivo, ¿qué haces?
—Me quedo con ella —responde el niño de inmediato.
—¡Respuesta incorrecta! —el conductor amonesta verbalmente al infante—. ¡Tienes que revisar primero si en algunos de los bolsillos se encuentran los datos de contacto del dueño!
Aplausos. El niño pierde un turno. El conductor pone cara de decepción. Siguiente niño, una muchachita de 11 años:
—Esta es la situación, pequeña —el moderador se agacha, y sonríe a la cámara—: ves a unos chamitas y chamitos que golpean a un perro sin piedad, les dan patadas en las cotillas, lo ahorcan con sus manos, están a punto de matarlo. Pero justo cuando le están aplanando el cráneo con un bate, aparecen dos feroces rottweiler (compañeros del perro golpeado) que vienen a acribillar a los niños, sin que estos se den por enterado. ¿Qué haces? ¿Les avisas a los niños, o dejas que los rottweiler los agarren desprevenidos y los desguacen?
La niña piensa varios segundos la respuesta. El moderador la apura diciendo «TIC-TOC, TIC-TOC», mientras mueve la cabeza de una lado al otro. El tiempo de televisión es muy valioso. Finalmente, la niña responde:
—Les aviso a las niñas y niños que vienen los perros.
—¡FANTÁSTICO! —el moderador brinca de la alegría—. ¡Avanzas dos casillas! Porque ya saben, niñas y niños, a pesar de los actos malévolos que comentan algunos seres humanos y humanas, todos tenemos derecho a otra oportunidad en la vida. ¡Quién sabe, quizás podremos mejorar como persona, y actuar mejor!
Aplausos eufóricos. Mensaje aleccionador del Ministerio del Poder Popular para la Educación y de la ONG «Salvemos Vidas».
Se estudia que Jimena Araya o Nelson Bustamante conduzcan el programa. O quizás ambos, por eso del equilibrio.
Todo sea por los niños.
26 enero 2013
Votar en el este del este
- Un buen grupo también comienza a corear «Queremos votar, queremos votar», convencido de que, una vez más, el gobierno los está jodiendo.
- Otra buena parte de la gente no sabe si el tipo está borracho o si golpea a su mujer, pero les gusta pertenecer a ese grupo que es valiente y pelea por sus derechos, aunque nunca se atrevan a contradecir a sus jefes en la oficina.
- Al resto les fastidia que otro imbécil que adelanta el tráfico por el canal de servicio, trate de proyectar su falso liderazgo entre un grupo de personas que no quiere estar allí, que le da ladilla votar, que quiere estar en la playa o bañándose en la piscina de un club, pero tiene que hacerlo, porque es la única forma de «salir de Chávez».