22 mayo 2012

La soga en la cuerda


Hay un árbol en escena, un árbol de mamón o mango. Un hombre vestido con ropa sencilla aparece: trae una soga dentro de una bolsita. Comienza a hablar mientras trata de colgar la soga en el árbol.

Pedro: Al fin un árbol que parece fuerte. Tengo caminando dos horas por este cerro de mierda y sólo consigo más mariposas. Es como si me acosaran por todo lo que les he hecho. (Ve una mariposa volando cerca de él) ¡Otra mariposa! Es insoportable. ¿Por qué se me ocurrió matarme en un lugar con tantas mariposas? Son seres despreciables, asquerosos. Sólo con pensar que alguna vez fueron gusanos me da asco. El otro día fui a coletear la casa y cuando sacudí la mopa salieron millones de gusanos. Casi boto el wafle ahí mismo. Los gusanos movían su cuerpo como una manada de epilépticos en un gran plato de espagueti. Traté de matarlos con el Lavansan, pero como no morían tuve que caerle a zapatazos. La gente sobreestima a las mariposas pero hay que recordar siempre que ellas vienen de los gusanos.

Se acerca a escena una muchacha también con una soga dentro de una bolsita. Debe estar en último año de bachillerato.

Isabel: Buenas...
Pedro: (Sorprendido) Buenos días, joven. ¿Qué hace por estos lares tan temprano?
Isabel: Vengo a colgarme en una mata, como usted. ¡Y yo que creía que lanzarse al metro estaba de moda!
Pedro: Bueno, así es, sí... este... pero esto está un poco incómodo, colgarnos los dos en un mismo sitio. Es como pavoso. ¿Por qué no subes un poco más por la cascada? Allá se ven unos árboles bien robustos que te pueden servir.
Isabel: (Quejándose) Estoy cansada. Tuve que agarrar dos autobuses para llegar hasta acá. Y después subir corriendo porque los chamitos que fuman en la primera cascada creían que yo tenía monte y me querían robar.
Pedro: ¿Te siguieron hasta acá?
Isabel: Creo que se desmayaron. Es que estaban pasaditos del pito.

Pausa larga. Ella lo sigue viendo mientras él continúa de espaldas tratando de colgar la cuerda. Entonces, él se voltea irritado.

Pedro: Bueno, lárgate de una vez a tu propio árbol. No tengo todo el día para esto.
Isabel: (Casi llorando, a la defensiva) Es que no tengo nalgas, ¿OK? Es por eso que me quiero matar. ¿Te parece muy estúpido?
Pedro: ¿Cómo que no tienes nalgas?
Isabel: No tengo, no tengo. Mi culo es plano, como una tabla de madera. ¿Sabes cómo me llaman en el colegio?
Pedro: ¿Cómo te llaman?
Isabel: ¡Pantalla plana! ¿No es O-B-V-I-O? Si tengo un culo plano así me van a llamar.
Pedro: (Perdiendo la paciencia) Mira, niña sin cuerpo, no me interesa si tu culo es plano o tus axilas muy peludas, pero yo llegué primero a esta mata y tengo derecho a tener calma y privacidad en este momento, así que te agradezco...
Isabel: (Interrumpiendo) ¡Claro! Te parece estúpido que me vaya a matar por una causa inferior a la tuya, ¿no? Pues tú no sabes por las cosas que he pasado, lo tortuoso que es no tener nalgas. (Llorando) Todos los días cuando terminan las clases me duelen los huesos del coxis, porque no tengo carne que amortigüe mi peso. Tengo dolores horribles hasta que me despierto en la mañana y tengo que ir otra vez a sentarme en esos malparidos pupitres de madera. Entonces mi abuela trata de inyectarme calmantes en la nalga pero termina clavando la aguja en el hueso, y el dolor se hace tan horrible que deseo arrancarme las tetas y ponérmelas en trasero. Tú no sabes lo que es el dolor hasta que te tocan un hueso con una aguja, imbécil.

Pausa corta. Ella comienza a sacar la cuerda para colgarse. Pedro está un poco impactado por la confesión.

Pedro: (Sintiéndose culpable) Disculpa, yo no sabía...
Isabel: (Interrumpiendo) ¡Disculpa una mierda! No sólo tú tienes derecho a matarte, otros también lo tienen, aunque sean por motivos idiotas. (Sufriendo) ¡Ay, qué vida tan desgraciada! Si oyeras los piropos mediocres que me dicen en la calle, son horribles, voy a morir virgen porque a los hombres de este país le gustan los culos grandes y carnosos, a los que puedan darle una nalgada sin fracturarse los nudillos.

Pausa corta. Pedro detiene su trabajo y baja la cabeza.

Pedro: (Confesando en voz baja) Bueno, yo soy un genocida de mariposas.
Isabel: ¿Cómo?
Pedro: (Sube la voz) Genocida de mariposas, tú me oíste. Cuando veo mariposas, me vuelvo loco, comienzo a matarlas con la escoba o el insecticida.
Isabel: (Asqueada) ¿Pero por qué a las mariposas? Si son tan lindas.
Pedro: ¡Son asquerosas! Vienen de los gusanos, sólo cambian de máscara pero siguen siendo asquerosas. Se meten en mi apartamento cada vez que llueve y se colocan en el techo con sus alas marrones. Son quince o veinte, algunas comienzan a volar alrededor de la lámpara y caen quemadas. Quedan de espaldas y lo ves, su cuerpo es de un gusano seco, expirado, y las alas marrones sólo son extensiones de esa piel de madera podrida. Te lo juro que lo cuento y siento escalofríos, casi todos los días lo mismo, no puedo seguir viviendo así. Ya he matado a cientos de mariposas y siguen viniendo a la casa, me retan y odian, te juro que me odian.

Pausa larga. Comienza a llover y a haber truenos. Ambos terminan de ajustar la cuerda.

Pedro: ¿Y esta lluvia? (Ve al cielo) Me da un poco de miedo la lluvia. (En tono íntimo) Hace que salgan las mariposas.
Isabel: Deja el cague, anciano. (Suspirando) Esto es lo que me faltaba, un viejo miedoso como compañero de árbol. (Decidida) Mira abuelo, me sequé el cabello ayer, y no quiero estar viva cuando se me vuelva un desastre. Así que vamos dándole, por favor. ¿A la cuenta de tres?
Pedro: (Indeciso) Está bien. Uno...
Isabel: Dos
Pedro e Isabel: ¡Tres!

Ambos se cuelgan totalmente en pánico, tanto así que aferran las manos de las cuerdas que aprietan sus respectivos cuellos.

Isabel: ¡Ayúdenme, me ahogo!
Pedro: ¡Auxilio, esto duele!

Se retuercen durante algunos  segundos, pero nada pasa, la Muerte no llega todavía. Hablan con voz ahogada.

Pedro: (Decepcionado) No me duele.
Isabel: A mí tampoco, pero fastidia. Lo bueno es que me distrae el dolor de nalgas. ¿Cuánto tiempo estaremos así?
Pedro: No sé. No leí el «Manual del Ahorcado».
Isabel: Muy gracioso, anciano. (Ilusionada) Es que estoy impaciente porque venga La Pelona. Me intriga qué será lo que nos viene ahora.
Pedro: No he pensado en eso. Quizás  nubes, ángeles con arpas. Lo típico.
Isabel: Ah, sí, nubes. Me gustan las nubes porque no duele sentarse en ellas. Se ven suaves como el algodón. ¡Ah! Y animales. Que haya perros y morrocoyes. Me encantan los morrocoyes.
Pedro: ¿Animales? Todo el mundo sabe que no hay animales después de muerto.
Isabel: (Retadora) ¿Y cómo estás tan seguro?

Pedro se queda pensativo un momento y explota.

Pedro: (Molesto) Oh, diablos, ¿por qué nunca pensé en eso? ¿Y si también hay mariposas? ¡Demonios! ¿Por qué todo me sale mal? ¡Tres mil demonios! ¿Acaso nunca me libraré de ellas? (Llora desconsoladamente)
Isabel: (Incómoda) Bueno, viejo, no quería decirte esto, pero hay gente que pone mallas en las ventanas para que no entren insectos.
Pedro: (Recuperándose del shock) Es cierto... ¡Es brillante, nunca se me habría ocurrido!
Isabel: Yo, en cambio, moriré virgen. Incluso a los chicos que no me gustan, les encanta un trasero bien redondo.
Pedro: Me imagino. Pero igual todas las mujeres tienen el culo grande en cuatro.
Isabel: ¿En serio?
Pedro: Te lo juro.

Ambos se quedan pensativos. Fijan una mirada absorta hacia el público por un minuto.

No hay comentarios: