vamos, imagínate tú, daisy, que si sus tetas no son operadas, entonces son una maravilla, ¿qué pensaría ella si veía mi pis en la poceta? porque ella sabía que yo fui el último en ir, el que hizo el típico chiste de baño que destortilló de la risa a la señora de la casa, y luego regresó en menos de dos minutos, sí, en menos de dos minutos, ¿acaso eso no era ya sospechoso? en ese tiempo récord se te tiene que olvidar algo, a juro. y era evidente que era yo el cochino: la punta de mis converse estaban todo menos blanca, y vamos, era notable que el borde roto de mi jean no vino así de fábrica. y además, daisy, que tiene carro, yo tuve que caminar cuarenta minutos desde la parada del metrobús (del metrobús, ni siquiera metro) para llegar hasta la cumbre de la colina donde quedaba la casa, con un patio que parecía el catálogo de verano de saga falabella.
¿qué podía decir, que tenía ganas otra vez? ¿qué tenía el vino acaso, cerveza? y yo con mi estúpido temor de gritar la verdad, con ese sentimiento de culpa que siempre he tenido por haber nacido clase media y haber tenido más dinero que mis primos. "¿y por qué sentís culpa, pelotudo?", diría mi padre, con ese falso acento argentino anacrónico casi uruguayo. por favor, el muy miserable era de catia, había ido una sola vez a buenos aires, y quedó encantado con caminito, un lugar que hasta un bonaerense me dijo que era una mierda.
vamos, entré en pánico. ¿qué te puedo decir? casi derramé vino sobre la alfombra persa cuando me levanté sobresaltado, empujé a daisy contra el mueble de terciopelo, corrí al fondo a la derecha. la señora de la casa tocó la puerta del baño para preguntarme si estaba bien, y yo le dije que sí, que me entraron de repente unas náuseas terribles, que me daba mucha pena con daisy, pobrecita, le ocupé el baño.
pero no, querido, si yo la llevé al baño de mujeres, no te preocupes
y bajé la palanca sin saber si había pis o no, no quise saberlo.
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