Ella siempre me corregía. En la cola de la mesa de votación, le señalé a una chama que se tomaba una foto con el dedo pintado de tinta indeleble, y ella repitió su monólogo woodyallencista sobre la estupidez humana
La gente no es idiota por la televisión, la televisión es idiota por la gente
rematado con su teoría de que el problema no era luchar contra Chávez sino contra el mojón de ser cool por odiar a chávez; según ella, apoyado por esas terribles organizaciones que daban conferencias sobre cómo «salvar al mundo».
Estaba loca, yo lo sabía. Todas las noches ella fabricaba cinco aviones de papel con cinco cuartillas de su manuscrito inconcluso, y los lanzaba encendidos desde la ventana de nuestro undécimo piso. Los aviones se disolvían en el aire, y ella se quedaba extasiada viendo cómo caían las cenizas en el suelo. Yo le pregunté una vez
¿Nunca echaste barquitos de papel bajo la lluvia?
Pero ella intuyó el tono manipulador de mi pregunta. Desde ese día comenzó a llamarme «Rubén Blades» y «Calle trece», con esa maldita media sonrisa que le salía cuando le mencionaban la candidatura presidencial de María Corina Machado.
Sin embargo, yo la amaba. Aquellas noches cuando me abrazaba por la espalda mientras yo fregaba los platos, y me susurraba
Nunca te mueras
eran mis favoritas. Todavía puedo sentir sus manos en mi pecho, sus uñas calientes afincarse en mi piel como si supiera que yo era su mejor personaje, el héroe que reivindicaría su obra exquisita.
Pero no lo supo, o no quiso saberlo, o estaba demasiado loca como para darse cuenta. La noche cuando tocó el turno de mis cuartillas, soltó un par de lágrimas y lanzó mi planeta al vacío. Casi me resigné, iba a hacerlo, pero yo también merecía un final digno, un desenlace feliz como en las novelas de Rómulo Gallegos. Por eso viré hacia la ventana del apartamento, encendí los papeles de la mesa, arrastré mi fuego hasta el estante de los libros...
Ella se precipitó de espaldas contra el piso. Intrigada y sonreída, permaneció extasiada viendo cómo caían mis cenizas desde el techo, sobre su cara.
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