13 abril 2014

Bad Sussy




Susana tiene otra personalidad, un alter ego déspota y despiadado. Esta cara oculta sólo aparece cuando tiene mucho sueño, en ese camino a Alfa donde aún se responde a impulsos de la realidad. Un limbo diabólico, por decirlo así.

Yo había sido testigo de su aparición antes de casarnos, pero no quise creerlo. Lo justifiqué con el estrés de la oficina, la mestruación, o hasta quizás una pelea con su mamá por estos malditos productos en base a hierbas que supuestamente curan la tiroides. Quién sabe. Uno siempre está aguantando tantas cosas y de repente explota y pega un grito. O golpea una pared. O lanzas unas arepas por la ventana.

Eso fue lo que hizo, lanzar mi arepa por la ventana. Habíamos llegado a mi casa de una fiesta, pasados de tragos, y yo decidí preparar unas arepas para «hacer estómago». Unas arepas antes de dormir siempre me resultan eficaces para aliviar la resaca, así que le pregunté a Susana si quería acompañarme. Ella dijo que no, y se quedó dormida en el comedor, con la mejilla recostada en la superficie de la mesa.

Terminada la cocción, dejé la arepa en la sala y fui a la cocina a buscar aguacate y queso para rellenarla. Pero cuando volví, Bad Sussy me esperaba: sostenía en una mano mi arepa, aún caliente, y con la otra me hacía un gesto obsceno.

—Mamagüevo, ¿qué te has creído tú? ¿que yo no como arepa? —dijo con un tono de voz gravísimo, casi con eco.

Yo no podía creerlo. Susana siempre había sido la novia perfecta. Venía a mi casa los fines de semana a lavarme los calzones y prepararme el almuerzo, abnegada, y al irse insistía en que yo no le pagara el taxi. «Todo por mi Cuchi», decía, mientras colgaba las camisas recién planchadas y emprendía la carrera para no perder el último Metrobús. ¿Por qué ahora se comportaba de aquella manera tan grosera?

Esa noche escondí todos los cuchillos y hasta boté el gas de mi encendedor. Conciliar el sueño fue muy difícil, aún después de que ella se desparramó en el mueble de la sala, totalmente inconsciente. Yo traté de hacer vigilia rezando un rosario, pero en algún momento antes del amanecer me venció el sueño, y me entregué al destino.

Me despertó un olor a caraotas con patica de cochino, mi comida favorita. Cogí mi perfume Armani como arma y me dirigí a la cocina. Al asomarme, me puse en posición de ataque y casi lancé mi objeto contundente, pero Susana entonaba una canción de La Oreja de Van Gogh mientras le echaba comino a las caraotas.

—Buenos días, mi Cuchi —dijo risueña y dulce como siempre—. Si quieres siéntate, que ya está listo tu desayuno.

Los días y semanas pasaron, y su comportamiento anormal de la noche de la fiesta se convirtió en un hecho aislado, un trance anecdótico que ni ella misma recordaba. Susana volvió a ser la de siempre, llena de mimos, y yo me convencí de que esa noche había sido una situación excepcional. Mi vida había vuelto a ser constante luna de miel. Por eso no dudé en proponerle matrimonio.

Sin embargo, en la noche de bodas volvió a aparecer Bad Sussy. Apenas entramos al cuarto del hotel, yo fui a hacer pis, y ella se quedó desvistiéndose frente al televisor. Pero al salir del baño, ella estaba desmayada en la cama, aún vestida de novia, con la mejilla recostada en el colchón. Me pareció muy tierna esa escena, y por eso me acerqué y le di unos besitos, para ver si ella despertaba y podíamos intimar, pero reaccionó un muy mal.

—¿Quién eres? —gritó con expresión de enferma mental— ¿Querías violarme dormida, maldito cerdo?

Sus ojos estaban rojos, su piel enverdecida, temí que escupiera moscas por la boca. Además, tenía una fuerza increíble. Agarró el televisor LCD de 32 pulgadas y lo lanzó innecesariamente por la ventana. Yo corrí desesperado por los pasillos del hotel, en zig-zag, hasta que los botones la encontraron desparramada en el piano de cola en el lobby, totalmente inconsciente.

Probé con psiquiatras, terapia con agujas, brujos santeros, hipnosis. Hasta vino un sacerdote al apartamento y lo llenó de agua bendita, y otro trató de exorcizarla. Nada funcionó. En realidad, mi esposa era un frondoso árbol de bondad, y yo tenía que convivir con aquellas explosiones casuales y esporádicas: ese era el consejo final de todos los fracasados que trataron de ayudarme. O el divorcio.

Eso consideraba durante la fiesta de año nuevo que organizó nuestro edificio, la noche que cambió drásticamente el curso de nuestras vidas.

Yo bailaba merengue con la hija del viejo del 12B, cuyo culo sacaba la cara por ella, cuando un grupo comando de ladrones entró al salón de fiesta del edificio, ya cerca de la medianoche. Todos vestían de poliéster negro, con capuchas de lana, y estaban fuertemente armados.

—¡Todo el mundo al piso con las manos en la nuca!

La gente, hasta los más viejtos, obedeció con rapidez. Yo también. Traté de mirar hacia los lados para ubicar a mi esposa, y la imagen era patética: un mar de personas tumbadas en el piso con el merengue aún sonando a todo volumen. Vaya manera de recibir el año nuevo.

—Hey tú —ordenó el que parecía el jefe a otro maleante—, a esa que no obedeció lánzala al suelo. Y si se pone rebelde, la liquidas.

El nerviosismo se apoderó de mí cuando volteé, porque Susana era la única rebelde sentada y dormida, con la mejilla apoyada en la mesa del festejo. Mis manos pasaron de la nuca a la cabeza cuando vi que el matón se acercaba a despertarla.

—¡No quiero bailar! —gritó Bad Sussy con furia de gorila en celo— ¿¿¿Quién fue el imbécil que quitó la música???

El delincuente miró extrañado porque la música seguía sonando. Pero mi esposa se le plantó como si el salón de fiesta fuera un ring de boxeo, y le dijo amenazante: «Vente pues», como si ella fuera Bruce Lee, o cualquier campeón de artes marciales. El ladronzuelo intentó golpearla con la culata de su escopeta pero fue una decisión errada: Bad Sussy tomó uno de los inmensos parlantes y aplastó joven bandido, ante la sorpresa del grupo comando de ladrones.

Por eso, ellos desenfundaron sus armas y descargaron todas sus balas contra mi querida esposa. Durante treinta segundos, el ruido del tiroteo casi nos reventó los tímpanos. Cuando terminaron los disparos, los matones esperaron a que bajara la nube de pólvora para corroborar la destrucción de su objetivo. Yo estaba en shock. Bad Sussy era un monstruo horrible pero no inmortal. Y, la mayoría de las veces, era mi dulce esposa. Estaba destrozado. ¿Quién me prepararía esas deliciosas panquecas con huevos revueltos todas las mañanas?

Pero Bad Sussy seguía allí, de pie, más verde que nunca, con los ojos hirviendo de rojo y unos cachos que salían de su nuca. Pegó un salto imposible desde el fondo del salón hasta donde estaban los maleantes, y los agarró por el pescuezo como si fueran cachorros. Les quitó las armas, los desnudó a todos, y con las manos y piernas atadas con un mecate los obligó a cantar el coro de «Tú», de Juan Luis Guerra & 440, que dice así:

Tú mi ternura 
mi compañero 
tú lo que busco 
lo que más quiero, tú 

Y, entonces, mi compañera me sacó a bailar al ritmo del coro a capella de los ladrones. Todos los vecinos comenzaron a levantarse y a gritar vivas, y trataron a alzar en hombros a Susana pero ella los abofeteó porque interrumpieron su baile.

Ahora Bad Sussy es catalogada por los medios como un Superhéroe o algo así, y en la casa tenemos una línea directa con la policía para los casos que a la Ley se les escapan de las manos. Como son tantos, mi esposa no tiene mucho tiempo para dormir, y eso es perfecto para Bad Sussy. A veces, cuando está tranquila, va a los programas de televisión y dice que ella no se acuerda de nada de esas cosas que hace dormida, y entonces la audiencia estalla de ternura por su humildad, y corean su nombre y hasta le rezan.

Yo no me divorcié, por supuesto. Ni porque fuera muy tonto quisiera causarle el menor disgusto a mi esposa. Y como ella está ahora tan ocupada, ahora tengo que cocinar, lavar y planchar por mi cuenta, incluso a veces para ella. No está mal, porque tenemos dinero y hasta salgo con frecuencia en programas de variedades en televisión. La próxima semana estaré en el canal 5, mostrando cómo organizar creativamente una peinadora en veinte minutos. No se lo pierdan.