31 enero 2013

Magallanes Campeón



Endy Chávez, Ezequiel Carrera, Erold y Elvis Andrus, el gran Panda Sandoval, Eliécer Alfonzo, Carlos Maldonado, Mario Lisson, al Toro Zambrano, Gustavo Chacín, Juan Rincón, Gabriel García, Jesús Merchán, Juan Rivera, José Altuve, Argenis Díaz, Andrés Eloy Blanco, Francisco Cervelli, Jesús Flores, Carlos E. Hernández.

Ha sido un equipo de estrellas.

¡Gracias!

¡Magallanes Campeón!

27 enero 2013

Sembrando Valores



VTV y Globovisión se unen por primera vez en quince años para colaborar en el proyecto educativo de televisión más ambicioso desde la era de María Castaña: Sembrando Valores.

La fantástica idea viene de la preocupación de la población venezolana ante la escalada de violencia en nuestras ciudades, ya que no tenemos a un Batman para salvarnos.

Todo comenzó con una reunión entre ambos sectores políticos del país, que el gobierno llamó «Junta Comunal por la Formación de Valores Bolivarianos», y la oposición catalogó como «Asamblea Ciudadana contra el Genocidio de Nuestros Vecinos», con el apoyo de la ONG «Salvemos Vidas», la cual se encarga de contar los muertos en la morgue de Bello Monte.

El programa tendrá un original formato de concursos, de niños entre 8 y 12 años, quienes tendrán que tomar decisiones ante hipotéticas situaciones cotidianas, donde pondrán a prueba sus valores familiares, y aprenderán las normas ejemplares de convivencia ciudadana.

Veamos un ejemplo del funcionamiento del programa.

Un niño de 10 años está en la casilla 1. El moderador le pregunta:

—Si ves una cartera masculina tirada en el suelo con mucho dinero en efectivo, ¿qué haces?
—Me quedo con ella —responde el niño de inmediato.
—¡Respuesta incorrecta! —el conductor amonesta verbalmente al infante—. ¡Tienes que revisar primero si en algunos de los bolsillos se encuentran los datos de contacto del dueño!

Aplausos. El niño pierde un turno. El conductor pone cara de decepción. Siguiente niño, una muchachita de 11 años:

—Esta es la situación, pequeña —el moderador se agacha, y sonríe a la cámara—: ves a unos chamitas y chamitos que golpean  a un perro sin piedad, les dan patadas en las cotillas, lo ahorcan con sus manos, están a punto de matarlo. Pero justo cuando le están aplanando el cráneo con un bate, aparecen dos feroces rottweiler (compañeros del perro golpeado) que vienen a acribillar a los niños, sin que estos se den por enterado. ¿Qué haces? ¿Les avisas a los niños, o dejas que los rottweiler los agarren desprevenidos y los desguacen?

La niña piensa varios segundos la respuesta. El moderador la apura diciendo «TIC-TOC, TIC-TOC», mientras mueve la cabeza de una lado al otro. El tiempo de televisión es muy valioso. Finalmente, la niña responde:

—Les aviso a las niñas y niños que vienen los perros.
—¡FANTÁSTICO! —el moderador brinca de la alegría—. ¡Avanzas dos casillas! Porque ya saben, niñas y niños, a pesar de los actos malévolos que comentan algunos seres humanos y humanas, todos tenemos derecho a otra oportunidad en la vida. ¡Quién sabe, quizás podremos mejorar como persona, y actuar mejor!

Aplausos eufóricos. Mensaje aleccionador del Ministerio del Poder Popular para la Educación y de la ONG «Salvemos Vidas».

Se estudia que Jimena Araya o Nelson Bustamante conduzcan el programa. O quizás ambos, por eso del equilibrio.

Todo sea por los niños.

26 enero 2013

Votar en el este del este


A Irene Sáez. Dondequiera que esté.


Otras elecciones donde la gente que se opone al gobierno respira un falso optimismo, a pesar de las últimas encuestas. A las dos de la mañana fue el primer «toque de diana». En todas las elecciones, la gente del partido de gobierno reproduce a todo volumen una marcha militar para despertar a sus militantes; le llaman así: toque de diana. Lo malo es que despiertan a todo el mundo, con el incomprensible pretexto de que «hay que votar temprano». También anoche, la gente que se opone al gobierno tocó cacerolas como forma de protesta. «Tocar cacerolas» consiste en sacar las ollas por la ventana y golpearlas con un cucharón, generando el mayor ruido posible a tus vecinos. Se realiza alrededor de las ocho de la noche, justo cuando muchas personas están cenando o viendo el partido de béisbol. Por supuesto, la gente que se opone al gobierno también piensa que «hay que votar temprano». Por eso, hacen colas en los centros de votación desde la madrugada, aun cuando estos no abren sino hasta las siete de la mañana. Llevan mesas de dominó, cervezas, reproducen música desde sus autos, alegres a pesar de las últimas encuestas. Porque siempre hay una posibilidad, dicen, una cuenta que sacó algún estadístico de la Universidad Simón Bolívar o que presentó Jaime Bayly desde Miami. Desde ese momento, desde la propia madrugada, las dos frases que más se escuchan en todos los medios de comunicación (públicos y privados) son: «Fiesta democrática» y «Ganó Venezuela».

Yo no vine a votar temprano. Me quedé jugando Fifa 2010 en Playstation 3 con mi amigo de toda la vida, y cuando él se fue en la madrugada al centro de votación, yo me quedé despierto para ver el Gran Premio de Japón de Fórmula 1. Me levanté a las 9:00 a.m., y en seguida sintonicé las noticias: no aguanté ni diez minutos de eufemismos. Apagué el televisor, me preparé una arepa, y salí a votar.

En Venezuela votar es un derecho y no un deber, pero las elecciones son un espectáculo que no pasa de moda, y en el cual es inevitable participar, como la Navidad o el Día de la Madre. Para ambos sectores de mi país polarizado, no sufragar es mal visto. Un delito ético, una traición. Eres moralmente superior si votas, aunque abuses secretamente de tus sobrinas. No importan los planes de gobierno que nunca se discuten en debates públicos; ni siquiera hay debates públicos sino ataques. Realmente, porque se trata de una batalla decisiva. Si cada lado pierde, caerá en la desgracia económica de Haití, sin importar que tengamos una de las reservas de petróleo más grandes del planeta. Nuestro voto es un compromiso moral, y debemos obrar con el ejemplo. Por eso es indispensable anunciar en el estado de Blackberry Messenger que se ha votado, y publicar en Twitter el meñique manchado de morado que valida nuestro sufragio, aun cuando esa práctica sea obsoleta e innecesaria. O si eres empleado público, deberás tomar una labor política activa, llamando a los militantes inscritos en el PSUV desde una semana antes del magno evento (durante horas laborales), para recordarles que tienen que ir a votar. Porque es La Guerra y los otros son Hitler. Son fascistas, corruptos y asesinos. Y debemos votar con alegría, orgullosos de cambiar el rumbo del país, de construir incluso un nuevo país gracias a un voto.

Siempre he sufragado en el mismo centro de votación, en el este del este. Es un centro grande, de casi cinco mil electores inscritos, de los cuales más del noventa por cierto se opone al gobierno. Unos defienden ideas bien fundamentadas, pero otros parecen tener alergia al sector oficial. Como si oponerse al gobierno fuera cool o una moda. Han votado en su contra desde las elecciones de 1998, cuando Chávez ganó por primera vez la presidencia. Marcharon el 11 de abril de 2002 hasta el centro de la ciudad, un sector que pocos de ellos conocían. Por supuesto, eso no los hacía menos venezolanos. Tampoco el que participaran ―sin saberlo— en un golpe de estado que en el fondo anhelaban. Esta no es una historia de héroes. Es una historia de perdedores con poca visión, de tercos y sus seguidores.

Hace poco leí sobre la historia de Blockbuster, la cadena de renta de películas más grande de EEUU. Resulta que, hace varios años, Netflix le ofreció a Blockbuster utilizar su plataforma para la renta de películas por Internet. Blockbuster se negó, alegando que ese mercado no iba a prosperar. Unos años después sus clientes migraron a Netflix, y Blockbuster se declaró en quiebra.

Esa actitud autodestructiva me intriga enormemente. Me recuerda a RCTV (antiguo canal privado de televisión abierta), que se «enfrentó» al gobierno hasta las últimas consecuencias. No creo que haga falta explicar que RCTV sólo defendía sus intereses económicos. Venevisión, por su parte, pactó con el sector oficial y quedó en solitario como el rey del rating nacional. Por eso, el gobierno, cuando puede, le echa una mano expropiando algún almacén de Pepsi, para favorecer la venta de Coca Cola, de la cual Cisneros tiene licencia de distribución en mi país.

El centro donde sufrago tiene diez mesas de votación. Afuera del edificio, donde estoy yo, organizan a la gente en colas, según el número de mesas. Es decir, hay tantas colas como número de mesas. Cada cola puede tener a cientos de personas, y avanza con lentitud. Tienen prioridad los ancianos, mujeres embarazadas y personas con bebés. Por eso, un tipo con una niña en brazos de dos años que parece de cuatro trata de ingresar al recinto, pero lo rebotan.

Yo debo dejar mi huella digital en la página 19, renglón 338, mesa 3. O eso al menos dice la lista en la entrada del edificio. Me traje Juliette, de Marqués de Sade, que no he podido terminar en meses. Aquí casi nadie tiene un libro. Hay muchachas que se toman fotos a ellas mismas con el teléfono celular, gente que no parar de tuitear «pensamientos liberales y democráticos», y una Zsa Zsa Gabor caraqueña que transfiere las últimas cifras de las exitpoll, en las cuales ―divina sorpresa— va ganando el candidato opositor.

Aunque resulte difícil de creer, Chávez tuvo una vez oportunidad de perder unas elecciones. Hace unos años, confesó que unos asesores extranjeros le advirtieron ―allá en el 2003― que si en aquél momento se hacía un referendo revocatorio, lo perdería. El país enfrentaba una severa crisis, producto de un paro de casi dos meses de la corporación que generaba el 80% de los ingresos del país, Pdvsa (hidrocarburos, capital nacional). Durante ese lapso, también detuvieron sus labores las empresas privadas más grandes del país, como Polar (alimentos y cervecería, capital nacional) y Cantv (telecomunicaciones, capital norteamericano). De pronto, conseguir comida, gasolina y gas doméstico se convirtieron en acciones casi imposibles. Se produjeron apagones, kilómetros de colas en estaciones de servicio, paralizaron sus actividades escuelas y universidades. Hasta la temporada de béisbol se suspendió. Era una situación inédita. En el país se hundía en una aguda crisis, y se esperaba lo peor. Pero el gobierno ya había depurando el alto mando militar, después del golpe de abril de 2002, por lo que no se produjo ningún alzamiento castrense. Tampoco se generó suficiente molestia popular para provocar una revuelta popular. Pareció demasiado evidente que eran los propios empresarios quienes se jugaban un cartucho demasiado peligroso, que finalmente les explotó en la cara. A finales de diciembre, el gobierno tomó el control de Pdvsa, al tiempo que las importaciones de alimentos de emergencia comenzaban a llegar. En febrero de 2003 la normalidad estaba de vuelta, pero la popularidad de Chávez estaba por el piso. La peor parte la llevaron los asalariados de Pdvsa que se plegaron al paro: el Ejecutivo despidió a casi 15 mil trabajadores (en su gran mayoría de clase media), y aplazó cualquier oportunidad de referendo revocatorio hasta el 2004. Así, se dio tiempo para implementar una serie de políticas populistas (Barrio Adentro, Misión Robinson), al tiempo que eliminaba las medidas liberales tomadas en marzo 2002, como la libre flotación del dólar, para dar paso a un estricto control cambiario. A principios de 2004, la victoria del gobierno estaba sentenciada, y su posición se radicalizaba cada vez más.

Esto sólo me hace pensar en una cosa: ¿qué hubiera pasado si el poder económico no se hubiera ensañado contra el gobierno, si lo hubieran dejado operar tranquilo? En diciembre de 2001, Chávez aprobó un paquete de 49 leyes  por vía Habilitante, una puerta de la nueva constitución, aprobada en 1999. Es comprensible que el poder económico se alarmara. No por casualidad la ley más criticada fue la Ley de Tierras, que amenazaba con disolver los grandes latifundios. Sin embargo, viendo en retrospectiva, en catorce años que tiene actualmente el gobierno, es prácticamente nada lo que se ha hecho a nivel de los latifundios. Entonces, si en un área crítica el gobierno ha sido tan ineficiente, ¿no lo hubiera sido igual en ese entonces? Hasta el 2002 el gobierno no tenía mucho de qué jactarse, más allá de la nueva constitución y el paquete de leyes aprobados. El país estaba en recesión económica, al tiempo que sorteaba con medidas neoliberales para palearla. El gobierno hubiese podido llegar a las elecciones presidenciales de 2006 con serios problemas de popularidad, ya que no hubiera contado con la caja abierta de Pdvsa, que obtuvo a partir del paro de diciembre de 2002. Pero ni el poder económico ni los directivos de Pdvsa pensaron en ello, quizás porque no estaban acostumbrados a perder. Tuvieron una visión corta, como la gente de Blockbuster. Y se llevaron a la guillotina a 15 mil asalariados, quienes entraron en una famosa lista negra del gobierno. Desde entonces han perdido siempre. Pero el poder económico (que ya no tiene el poder de antaño) sigue empleando las mismas estrategias electorales perdedoras: recordando la salida al aire de RCTV en 2007, las expropiaciones de almacenes a Polar, los botados de Pdvsa, el problema del control cambiario. Aún no se enteran que, al venezolano beneficiado por los subsidios de alimentación, telefonía, electrodomésticos y gasolina, poco le importa lo que le pase «a los ricos».

Lo peor, es que los «ricos» de este centro de votación, no son muy ricos. Tienen buenos salarios, pero también tienen deudas en tarjetas de crédito, créditos habitacionales o vehiculares, y préstamos para negocios particulares. Eso sí, su fenotipo es marcadamente diferente al gran porcentaje del país, tirando a lo caucásico. Y eso es, irónicamente, lo que de alguna manera los hace ser más «ricos».

Como este viejita que viene entrando, por ejemplo. Parece el hada madrina huesuda de La Bella Durmiente. Está muy arregladita, pero la pobre mujer no puede con su alma. Al verla, la gente comienza a aplaudir, eufórica. También comienzan a hacer espacio entre la espesa cola, para que arrastre su andadera con más comodidad. Rápidamente, un joven y dos señores la ayudan a pasar el desnivel. Es, para la gente que está en el centro de votación, un gesto heroico. Por eso, una señora con una gorra del tricolor nacional no logra contener la emoción, y grita con voz quebrada: «¡Hay un camino!», en referencia al eslogan de Capriles, candidato opositor al gobierno. Todo el edificio estalla de aplausos y silbidos, la gente sonríe, brinca, y hasta toma fotos con sus smartphones de lo ocurrido.

De repente, un tipo gritón aparece en escena. Dice que lo llamó alguien que estaba dentro del centro de votación, y le dijo que eso estaba vacío, que estaban formando colas para retrasar el proceso. El tipo repite los gritos varias veces. De repente, comienza a corear: «Queremos votar, queremos votar», y con cada frase mueve los brazos como si golpeara una mesa de restaurante, con los puños apretados y cara enfurecida, a la espera de un plato ficticio que ha tardado demás. Y mientras grita, dedica su mirada a las personas a su alrededor, esperando el apoyo de las masas. Entonces ocurren tres tipos de reacciones:

  1. Un buen grupo también comienza a corear «Queremos votar, queremos votar», convencido de que, una vez más, el gobierno los está jodiendo.
  2.  Otra buena parte de la gente no sabe si el tipo está borracho o si golpea a su mujer, pero les gusta pertenecer a ese grupo que es valiente y pelea por sus derechos, aunque nunca se atrevan a contradecir a sus jefes en la oficina.
  3.  Al resto les fastidia que otro imbécil que adelanta el tráfico por el canal de servicio, trate de proyectar su falso liderazgo entre un grupo de personas que no quiere estar allí, que le da ladilla votar, que quiere estar en la playa o bañándose en la piscina de un club, pero tiene que hacerlo, porque es la única forma de «salir de Chávez».

Porque ése es el debate en mi país: «salir de Chávez» o «seguir con Chávez». Y es patético y deprimente. Pero por más que pienses que la solución es legalizar la marihuana, desarmar a la población o castigar a quien lance un papel al piso, al final sólo tienes dos opciones. Y ambas muchas veces se tocan, para desgracia nuestra.

¿Así va a ser siempre? ¿Estamos condenados a votar por la opción menos mediocre? ¿Es mejor no votar, y tratar de ser felices en nuestras vidas? Siempre me contradigo en mis respuestas.

Mientras tanto, camino. Al parecer, los del CNE (Consejo Nacional Electoral), cambiaron la estrategia, y la cola progresa con brusquedad. La gente olvida las consignas y los eslóganes, agarra sus cosas, y avanza sin mirar hacia los lados. El objetivo es llegar y votar. Cuanto antes mejor.

Casi lo habíamos olvidado. Siempre hay que regresar a casa.